carnaval de cadiz

Los mundos paralelos

La presidenta Susana Díaz fue la única ausente en la llamativa concentración de cargos públicos y espectadores de origen muy distinto

Por  8:07 h.
Los mundos paralelos

Es una ciudad dada a la concentración. La física, la geográfica, ya se verá si la mental. Es sorprendente la cantidad de historia y de coplas que cabe en una espacio tan pequeño cada día. Es llamativo que toda la fiesta de la primera noche de una explosión festiva quepa en un sólo teatro con mil plazas.

Un paseo por Cádiz basta para entenderlo. Hay dos mundos paralelos, el Falla y el resto. El primero tiene sucursales en los salones de las casas. Sus ocupantes dejan la ciudad con ese aire fantasma que sólo consiguen los grandes partidos. Ni coches, ni peatones, ni luces, ni negocios abiertos.

A ese escenario desértico se enfrentan los únicos habitantes del mundo paralelo, los que recorrían anoche las aceras con el desamparo en la cara. Iban disfrazados. Homenaje vintage al Carnaval de siempre: de monja, de jugador de fútbol americano, de muñeca pepona. Un clásico tras otro. Con sus bolsas de plástico. Perdidos. Buscando vida. Inteligente o de la que sea. Sin más compañía que algunas parejas con los ojos desencajados en busca del jolgorio prometido en origen, sin más que algunos guiris con la desorientación del idioma añadida.

Un mundo y otro, el de los encerrados y el de los desnortados, los que dejan las calles desiertas y los que ocupan Canalejas o San Juan de Dios, transcurren paralelos, sin tocarse ni acercarse, excepto en un punto: la plaza Fragela. En el espacio ante la puerta del Falla se acumulan los más atinados de los perdidos. Y se encuentran a unos centímetros unos de otros, los encerrados y los desinformados pero siguen sin tocarse ni coincidir.

Dentro, la concentración de la fiesta. Toda dentro. Ni migajas para los de fuera. Para colmo, la noche empieza con un himno para los afortunados. Nada más euforizante, enfervorizante, que una canción colectiva. Son declaraciones de amor y así se viven, con entusiasmo durante minutos para olvidar el contenido durante años. La euforia resiste luego.

La Gran Final tiene aún ambiente excepcional. No significa bueno, ni magnífico, quiere decir que sus espectadores se consideran afortunados, una excepción entre los que quieren estar y no pueden. Así que se lanzan a ejercer el papel de suertudos, lo celebran. Muchos parecen poco familiarizados con el ambiente, festejan sin naturalidad, exagerados. Un hombre, sólo, en la barra, bebe una copa con una camiseta, manga larga, del Real Betis Balompié. Es el vivo retrato de la desesperanza. La suya y la de los melancólicos puristas. Esos a los que representa se mezclan con los pocos discretos, los que viven su fortuna sin aspavientos, los .

En descargo de los cargos

Se suceden los gritos, cada actuación se remata con el grito de «campeones», vuelan globos, balones y se vuelve común una figura: el rostro pálido. En la oscuridad de las actuaciones se puede ver quién está con el teléfono dándole a las redes, a la mensajería o a todo a la vez. El reflejo de la luz blanca de la pantalla le convierte en espectro. Hay decenas. Así parecen solidarizarse con los turistas perdidos del mundo exterior.

Pero incluso dentro del micromundo, concentrado, del teatro, el de la diversión a presión y la fiesta resumida, hay grupos que no se tocan.

Están esos aficionados, iniciados o no, advenedizos o cristianos viejos, pero es la última noche y coexisten con los habitantes de otra dimensión: los VIP. Se esperaba a la presidenta de la Junta pero no. Llegó su segundo, el consejero Jiménez Barrios que entró por detrás para evitar a manifestantes del mundo real. Estaban en la zona de saludo, beso y vaso famosos periodistas de alcance nacional, concejales de obvio ámbito local o empresarios de peso provincial. La concentración de cargos públicos fue asombrosa. También, un cantante ganador de un Oscar anduvo por camerinos. El juego de ver y ser visto que hace años se juega esta noche. Sus jugadores viven en un mundo paralelo pero todo el año.