
Las ciudades, en la Edad Media y en los siglos posteriores, se cerraban para evitar asaltos. Las murallas tenían una obvia función protectora contra el expolio y la barbarie ladrona. Eso dicen los libros de Historia ya en primaria y así nació, como todas las villas, El Pópulo. Es lo que queda de la ciudad medieval de Cádiz, con lo que queda de sus murallas y sus tres puertas con arco. Pero los manuales dicen que toda esa piedra era para evitar que entraran las compañías indeseables. Nada explican de que no se pudiera salir.
Las chirigotas callejeras han aprovechado ese hueco de la arquitectura militar de siempre y han decidido que, si no se cabe en El Pópulo, se salta fuera. Que no se asalta. Sólo cambia una letra y la dirección. Los callejoncitos del barrio medieval quedan para muchos grupos jóvenes, con menos veteranía, que quieren tener público y cercanía garantizados. Los más hechos, los que ya son capaces de arrastrar el público hacia donde quieran -generalmente a donde haya menos multitud, más silencio y la penumbra justa- pueden permitirse conquistar los alrededores.
Esa tendencia, visible desde hace años, se hizo general ayer, en el segundo día de la convocatoria ‘Amoscuchá!’ que organizan LA VOZ y los hosteleros del Pópulo. El laberinto amurallado se llenó, aunque no como otros años. Pese al descenso leve -visible en todos los actos de toda naturaleza del Carnaval 2013 desde el pasado lunes de coros-, la calma, casi el intimismo, vivido en la noche del martes con los romanceros quedó arrasado. Fue un espejismo que añoraron los que gustan de escuchar con pausa, rodeados de espacio y reposo.
Ayer reapareció la multitud. Algo menor que otros martes de otros años, pero multitud. Y los más largos en esto de combinar esquinas y estribillos se alejaron un poco. Sólo son unos metros, pero suficientes para hacerse casi invisibles. Por ejemplo, Cristóbal Colón es una calle que dista menos de cien metros del arco principal del Pópulo, pero no se ven, esa calle y esa puerta. Así que allí se instalaron dos chirigotas, una inconfundible por su perchero, reconocible a varios metros. La otra, ‘Los Vikingos’, ya casi en San Francisco, frente a la Marisquería Joselito que suele ser casilla de salida para los Guatifó en estas veladas más familiares, las de días laborables. Los corros que formaban, pese a estar lejos del teórico epicentro, se bastaban para bloquear la calle entera, tenían un radio de muchos metros. Las mismas escenas que se veían en El Pópulo, salpicadas alrededor. En la Posada del Mesón, en la esquina que sirve de corazón al viejo barrio, cantaba a esa misma hora la ilegal que lidera Manolín Gálvez y guarda el delicioso y antillano soniquete del pasodoble viñero, con sus pianos y sus acompañamientos de murmullos nasales. Dentro y fuera. Interno y rebosante. El Pópulo hace años que es la gran cita de martes y miércoles. Este año también, con el creciente añadido de los alrededores. Todo el mundo en riada hacia allí. Y como el agua, si son muchos, rebosan y tan tranquilos.
‘Las malas de V’, fieles al espíritu de su tipo, rondaban al acecho por Flamenco y San Juan de Dios, por primera vez reformada para esta cita carnavalesca, sin las molestas obras del pasado año, ya es un escenario más. Ni Plocia cae lejos. Una de las agrupaciones estelares del Falla, ‘Los Recortaos’ de Kike Remolino, canta ante el bar Los Pabellones. Unos metros más allá, ‘Los González Boyss’ con otro corro enorme. Si no hay reglas ni límites ¿cómo iban a consentirse fronteras de barrio? Serán de piedra, pero no se nota. Se saltan con facilidad. Hacia dentro y hacia fuera. Sólo falta ir armado con un cuplé.