Localismo

El Duque del Guano

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Ya son muchos los textos que he escrito criticando la manía tan extendida en Carnaval de querer encerrarlo en un barrio. Sin darnos cuenta caemos en un defecto que nos pasamos la vida criticando: el localismo.
Cuando nos enteramos de que vascos, catalanes o gallegos empiezan a defender lo «suyo» y se dedican a pedirle a papá Estado dinero por un tubo, en seguida nos insultamos y empezamos a tratarlos de separatistas; pero en llegando el Carnaval (quiero decir, el concurso) ya nos trasformamos; y pasamos de criticar al que pide para una región o comunidad autónoma, a convertirnos en unos talibanes que reivindican a un barrio.
Ya no decimos que los andaluces valemos más que los catalanes; sino que los viñeros son más importantes que los de Trille: más localismo no cabe. Uno intuye que todo eso es a propósito de un aplauso: la gente demanda ese tipo de letra y es humano que alguien escriba para la galería, pero nadie en su sano juicio podría decir que la Viña es la cuna del Carnaval, porque los datos desmienten esa teoría.
No soy ningún estudioso de esto, por tanto no conozco muchos datos; pero si partimos del Tío de la Tiza veremos que, o bien es de Conil, o de Rosario Cepeda; nada de Viña. La madre  de Cañamaque, de Algeciras; él tampoco era de la Viña; Paco Alba, de Conil; Emilio Rosado (perdón), de Conil; Enrique Villegas, de Ayamonte; Antonio Martín, de la Cruz Verde, como Ripoll: tampoco es la Viña. Fletilla, el Quini y Quiñones, del Mentidero. Ni Antonio Torres, ni Agustín González eran de la Viña. Manolo Santander y el Libi, del Balón; así como Antonio Rivas. El Selu, de Puertatierra, el Canijo, de Carmona; el Sheriff, de Puntales; Antonio Burgos (también fue autor), de Sevilla. Juan Rivero, el Chusco, el Majara, Varo… ¿Cuántos que ni siquiera son de Cádiz?
¿Saben ustedes quién es de la Viña? Servidor de ustedes. Nací en la calle Sagasta nº 71; en la acera que constituye la frontera. Entre los callejones y Rosa; entre la carbonería de Paco y el almacén de Félix; frente por frente al baratillo de Salvador. Mi primer colegio (con tres añitos) fue la Palma; con una monjita arrugada que se llamaba Sor Rosario (que yo creía que era todo junto: Sorrosario; hasta que en los crucigramas aprendí que sor significa monja).
Mi primera infancia transcurrió entre el Trust, Riancho, la papelería de Pedro, el Corralón de los Carros, el cine Caleta y la Caleta: la Viña en estado puro. Pero está clarísimo que yo no soy el Carnaval. Así que lo mejor será que nos olvidemos de lo que la gente aplaude y digamos todos que el Carnaval es de todo aquél que se sienta gaditano naciera donde naciera.
Mañana será otro día.