Las chirigóticas hacen la calle

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Tres eran tres y eran puñeteramente buenas. Chirigóticas, desde mucho antes de que las hijas de ZP y de Sonsoles se retratasen junto a sus progenitores y el matrimonio Obama en las escalinatas de la Casa Blanca.
Esta peligrosa banda ha mantenido su esencia pero ha variado en número y apariencia a lo largo de la historia reciente de esta ciudad de todos los demonios. Ahora, cuando alternan las casapuertas con las tres paredes de cualquier escenario, son las dos López –Ana, inductora intelectual y Alejandra, brazo armado—y Teresa Quintero, cuya frondosa cabellera resultó hace tiempo poseída por la de Jimi Hendrix. Solas o en compañía de otras llevan más de una década haciendo la calle en carnavales: fuera de la ley del concurso oficial, marcaron su propio territorio en los carnavales gaditanos. Harían falta varias tesis de antropología para comprender lo que ellas lograron quizá sin pretenderlo: que los carnavales del atlántico asumieran su vieja condición mediterránea, que volviesen a ser teatro y pantomima, burla burlando las máscaras de la antigua farsa.
El hecho de que Antonio Álamo las haya empaquetado y servido al respetable en forma de espectáculo teatral no es otra cosa que justicia poética. El carnaval, en su origen, tuvo mucho de teatro. Y el teatro, de carnaval. Es bastante probable que don Carnal tuviera un rollito con Talía. Las dos funciones que Las Chirigóticas mantienen ya en cartel suponen un soplo de aire fresco en el repertorio dramático español, últimamente empachado de tragedias pretenciosas, monólogos clónicos y casposas comedias de bulevar.
Políticamente incorrectas como la vida cotidiana, tampoco dan cuatro cuartos al pregonero de la demagogia: si alguien las vio haciendo el papel de las rumanas pedigüeñas, sabrán perfectamente que el jocoso argumentario que tal vez podría hacer las delicias de cualquier skin head, se torcía al final, por arte de birlibirloque, en una reivindicación de todos los inmigrantes, lo que probablemente provoque que nunca las contraten en la coqueta localidad catalana de Vic.
Que nadie espere, sin embargo, en sus libretos el discurso solemne de un letrista de comparsas chapado a la antigua. Aquí no hay más contraltos que los de la carcajada y si están cerca del cuarteto es quizá porque hereden el espíritu de aquel legendario cuarteto de Rota que puso un punto y aparte en los carnavales del cambio. Con sus coplas, ellas nos llevan al sempiterno Cádiz de las paguitas, a los mercadillos ambulantes y a las despedidas de soltera, e incluso han logrado que nos enamoremos perdidamente del primer testigo de Jehová que toque al timbre de las malitas de acostarse.
Nunca concursaron en el Falla, pero, no se preocupen, cualquier día lo parodian. Y ganan de nuevo un primer premio de nocturnidad y alevosía en cualquier callejón de La Viña o del Pópulo.