CARNAVAL DE CÁDIZ 2020

La microchirigota con el tipo en la cabeza: «Con más de 60 años también se puede»

Con tres décadas de Carnaval de calle a sus espaldas, Carmela Torres y Vega López se consideran más referencia de constancia que de feminismo

Por  7:28 h.
Todas las historias del Carnaval de la calle, sean sus protagonistas mujeres, hombres, jóvenes o maduros, hablan siempre de casualidad, de naturalidad. Probamos, jugamos. Son los verbos que utilizan casi a coro porque coinciden con la verdad y con sus recuerdos. Los de Carmela Torres y Vega López encajan en esa esencia de simplicidad, juego y experimento. «Un año, sería 1990, los trabajadores de la Fundación de Cultura dijimos que íbamos a hacer una chirigota para la calle. Para el segundo fin de semana. Al final, se rajaron casi todos pero salimos unos cuantos», recuerda Vega López de sus inicios.
Carmela tiene una experiencia similar. «En los últimos 34 años hemos dejado de salir 3 ó 4, los años en los que nuestros hijos eran pequeños, y los primeros años fueron con chirigotas grandes, mixtas. Eran muy malas pero eso en la calle da igual. Uno del grupo decía que cuando se acercara alguien a escuchar le pisáramos fuerte un pie para que no pudiera darse la vuelta», recuerda entre risas.
Las dos habían visto aquellas primeras callejeras, las originales y genuinas, encabezadas por Paco Leal. Hablan de ‘Los buscaoros’ o ‘Los peliculeros’. Se contagiaron de esa idea que sirve para alumbrar cualquier chirigota ilegal: «¿Por qué no lo intentamos?». Vega, nacida en Casablanca, no tenía más vínculo que el de espectadora ocasional y curiosa a jornada completa. En el caso de Carmela Torres sí había una influencia: «Mi familia tenía el Bar Juani, un clásico en Puertatierra, allí ensayaban los grupos de ‘El Carota’ y otras chirigotas míticas. Yo crecí escuchando aquello, con hombres mayores que bebían manzanilla por las noches en un ambiente distinto al de ahora».
Amigas desde los 20 años, tanto que decidieron hacerse vecinas, fueron alimentando esa diversión de febrero hasta que llegó el cambio clave. Hace menos de diez años, se les ocurrió una idea. Vega López y su pareja, Pepe Vélez, paseaban por Nueva York. Quizás por deformidad profesional –han sido los responsables de gran parte de la programación cultural de los teatros gaditanos durante los últimos 25 años–, se les fue el ojo. Vieron a varias personas con una maceta en la cabeza, atada. No cantaban, no bailaban, sólo caminaban con ella entre risas propias y ajenas. De vuelta a Cádiz, decidieron aplicar la visión e improvisar. Ese año salieron ellos dos con Carmela Torres y su pareja, Miguelo Valencia. Nadie más. Había nacido «el cuarteto caletero». Probaron esa fórmula. El tipo, sólo en la cabeza (una maceta, un marco ‘incomparable’, un patito hinchable, un escurridor, una lamparita… Cada año ‘un concepto’) sin más tipo ni disfraz, ni coloretes, nada. Sin instrumentos, sólo las palmas. Sin más, ni menos, repertorio que seis cuplés breves, exactos, sencillos, absurdos, deslumbrantes y afilados. Sólo un escenario, el célebre portal de la calle Sagasta, 36. Sin recorrer calles. Y todo explotó. «Ahí cambió todo. A la gente le gustó. Cuando cantamos los seis cuplés nuevos, empezamos con los de años anteriores y es casi mejor. Se los saben, los esperan. Así toda la tarde».
Tienen un ritual. «Siempre quedamos para almorzar temprano. Luego salimos en moto al centro. El tipo entero tiene que caber en el bolso. Cantamos en nuestro sitio hasta que anochece, y nos retiramos». Convertidos ya en grupo de visión obligatoria en Carnaval, aseguran no sentirse ejemplo de integración de la mujer en el Carnaval de la calle: «No nos sentimos ejemplo de nada –dicen al unísono–. Nunca hemos reparado en que fuéramos mujeres en el Carnaval. Salimos y ya está. En todo caso –ríen– seríamos ejemplo de que con más de 60 años también se puede salir en Carnaval». Lo dicen porque los cuatro acaban de superar hace poco esa frontera temporal y están recién jubilados o a unos meses de estarlo.
Cuando se les pregunta por la explosión de las mujeres en la fiesta en la calle, dan una pista sabia: «Hay menos normas, horarios y compromisos que en el Concurso y en otras actividades laborales, deportivas o culturales, se ensaya poco y entre amigos. Quizás sea eso. A las mujeres les penaliza, les castiga, todo lo relacionado con horarios, familia, agenda, niños… Y la calle es más fácil, exige menos tiempo, menos disciplina. Quizás pueda ser una parte de la explicación». Tiene sentido.