Muchas veces me pregunto qué es lo que la gente le pide a una copla; si
el qué se dice en ella o cómo se dice. Y la verdad es que nunca se
sabe: hay veces que hemos visto cómo se han aplaudido letras totalmente
regresivas (petición de pena de muerte, volver la espalda a otras
comunidades…) y, a renglón seguido, un aplauso de la misma intensidad
se le ha dedicado a letras que se han movido por parámetros no sólo
distintos, sino antagónicos; en esas ocasiones, el público sólo ha
necesitado que lo que se dijera se hiciera con bonitas palabras, buena
música y bien cantado. Estoy seguro de que así la gente se traga lo que
le echen sin analizar siquiera si le estarán dando sopas con hondas.
La historia demuestra que las letras que más gustan son los piropos
a Cádiz, la gaditana y al propio Carnaval. Bajo esa temática se agrupa
el más grande acervo coplero popular; y basta con que varios
aficionados se reúnan al calor de una copa, para que se empiecen a
desgranar coplas que ensalcen lo nuestro; unas veces con letras
elegantes y bien hechas y otras con verdaderos pastiches literarios que
nunca se sabrá por qué se salvaron de la quema.
Pero en el propio Concurso, lo que más gusta al respetable es que
lo autores se peleen unos con otros a base de coplas; hasta el punto
que ya son los propios grupos los que obligan a los autores a escribir
letras contra sus rivales aunque estos no se hayan metido jamás con
ellos. Y digo esto porque nunca me imaginaba yo (y a lo mejor me
equivoco) que un autor tan modosito como Luis Rivero, se fuera a
dedicar a perder el precioso tiempo de que dispone en el escenario para
despellejar a otro.
Eso no es una moda; ya las comparsas del siglo XIX se peleaban
porque la competitividad trae eso. La pelea más popular quizá sea la de
Los bichitos de luz y Los marcianos; pero la más encarnizada ocurrió en
el año 1973 entre Capricho andaluz y Los fabulistas por lo que tuvo de
esperpéntica. Ocurrió que, un año antes, Paco Alba no salía; y Antonio
Martín aprovechó la circunstancia para hacerle un lindo pasodoble a La
Caleta en el que decía: Si tiene celos que rabie, lo mismo que yo he
rabiao.
Lo curioso fue que una noche vino Paco al ensayo nuestro y le gustó
mucho dicho pasodoble. Lo que vino después no se sabrá nunca; la cosa
es que al año siguiente Paco se dejó caer con estos versos: Me importan
tres pepinos de que un derrotista me diga que rabie». Antonio se enteró
y escribió: Quién va a prohibirme, siendo mi alma caletera, que a ti yo
pueda dirigirme para que yo te pueda cantar se muera quien se muera.
Pero lo curioso es que el grupo de Paco Alba era casi el mismo que, un
año antes cantó el de Antonio.
Mañana será otro día.