A Kiko Zamora se le pone, de vez en cuando, cara de señorita Roquenmeyer. Suele ocurrir cuando se topa con la injusticia, como cuando en marzo de 1976, dejó la Facultad de Farmacia en Sevilla, de la que era delegado y se encajó en La Pastora para participar en un encierro de protesta por los sucesos de Vitoria: cinco obreros muertos a manos de la Policía Armada mientras participaban en otra protesta en el interior de una iglesia.
Entonces, Manuel Fraga, que era ministro de Gobernación, decía que la calle era suya. Ahora, lo que está claro es que el Falla no es de Kiko Zamora, que desde que ha colgado los guantes de compositor, tiene más dificultades para entrar al teatro que María la Yerbabuena. Y es entonces cuando se le vuelve a poner cara de señorita Roquenmeyer, cuando ve a algún preboste colado, que no ha tenido que pasar por la taquilla de Internet.
Allí o ante el televisor, Kiko Zamora, desde la barrera, se muerde las uñas y cruza los dedos para que el jurado no sea malaje con Los tangueros de su Faly Pastrana, pareja de hecho desde hace doce años y al que ha dejado solateras como si Ortega dimitiese de Gasset, pero que ahí está, sobre las tablas, echándole narices; que para eso se mantiene en forma en un gimnasio en vez de estar dándole al trinqui en El Cañón, donde Luis Ripoll escribe sopas de letras y milhojas de buen gusto.
Para quien no lo sepa, José Ramón Zamora Cabeza no sólo domina el tango gaditano, sino el Silbo Canario, por gananciales. Y, cuando Cádiz deja de oler a carnaval y a Semana Santa, lo mismo se pierde por Santiago de Cuba a la busca de la casa de la trova que por una escalofriante carrera al sur de Nápoles, con más miedo al tráfico que a la Camorra. Que tiene mundo, vamos, de ahí quizá que el tipo de sus coros hayan viajado desde los últimos de Filipinas a los voluntarios por la Bahía, siempre dando guerra por Cádiz.
En el fondo y al margen de la cofradía de la Sanidad, Kiko Zamora tiene algo de budista. Esto es, que cree que todo es pasajero como pensaba León Felipe y que conviene viajar ligero de equipaje, como entendía Antonio Machado. Por eso, tampoco le dolieron prendas al permutar su farmacia por el sector de la hostelería, aunque eche de menos las pócimas magistrales. Como seguro que echa en falta a Faly, cuyo hijo también ha volado este año hacia su propio nido en el mundo de las comparsas. Incluso hasta añora su eterna competencia con Julio Pardo, o los aperreos con el mundillo carnavalesco, pero sobre todo el proceso de composición y ese milagro íntimo de que salga un tango y él pueda reconocerlo como propio.
Por lo demás, cada cosa tiene su tiempo. Hasta puede que eche de menos al Partido Comunista de España, que abandonó cuando el centralismo democrático le obligó a aceptar la monarquía en los intrépidos años de la transición. Andando el tiempo, ¿quién le iba a decir que llegaría a ser rey, naturalmente, mago?. Todo es posible. Incluso que, algún día deje de ver los coros desde la barrera y, más temprano que tarde, cuando esta fiesta vuelva a ser libre, recorra de nuevo sus anchas alamedas.