Intenta pasar desapercibido y casi nunca lo consigue. Aunque no lo sepa, noche sí, noche también, en cualquier esquina de la geografía de la copla callejera, entre cuplé y cuplé, alguien pega un codazo discreto: Chst, mira, está Javier Ruibal. Y allí está, con la cabeza frente despejada retumbando el tres por cuatro, las manos en los bolsillos de la cazadora, la sonrisa franca y el Carnaval de Cádiz escrito en las suelas gastadas de sus zapatos. Del Faro al Manteca, y de allí a quién sabe donde, inicia una sigilosa peregrinación que acaba, si todo va bien, en Macías Retes, en las mismísimas bambalinas de lo callejero. Allí se pega el gustazo de ser, por unas pocas horas, el que escucha y no el que canta y de hacer más cierto si cabe aquello de Toíto Cai lo traigo andao.
–¿En qué bar le gusta comenzar la ruta carnavalesca?
–Suelo llegar a horas intempestivas. Si es a la hora de comer, sobre las tres y media y si es por la noche, ya está todo el mundo cantando. Si entro por La Viña me gusta tomar algo en Casa Manteca o en el Faro, depende de lo aristocrático que tenga el día.
–¿Y en qué lugar le gusta finalizar esa ruta carnavalesca durante la semana grande?
–Siempre en una esquina con un vaso de lo que sea en la mano. En cualquier pared, porque los bares a esas horas ya están cerrados y pillo lo último que me hayan servido en cualquier barra que me haya encontrado por el camino.
–¿Qué lugar le resulta especialmente agradable para escuchar los repertorios de las agrupaciones que cantan en la calle?
–En Macías Retes. Es tradición que allí vayan las chirigotas más callejeras, las más desenfadadas, las que más me gustan a mí. Termina una y empieza otra en la pared de enfrente. Es muy divertido y se escucha bien, salvo que pase alguna molesta motillo dándole al escape.
–¿Algún punto de la ciudad le parece desagradable para ver las agrupaciones?
–Donde haya ruido, dondequiera que haya follón, una barra de esas con un altavoz donde suene Raza Mora o una chirigota de hace 40 años. No me gusta al lado de los que confunden la fiesta con no se qué. Esto no es cosa de ruido, sino de cantar despacito. Hay gente que no entiende que es simpatía, ironía, música hecha con gentileza. Es un pecado estropearlo con un altavoz.
–¿Dónde se puede comer bien en Carnaval?
–Pues yo soy de barra; en Carnaval hay que comer de pie porque si te sientas te puedes perder algo maravilloso que ocurra en ese momento. Me gustan El Faro, Casa Manteca, el Balandro… O cualquiera de aquí te pillo. Tampoco exijo mucha sofisticación: tortillitas, pescadito, algo sin mucha grasa.
–¿Cuál es su bebida favorita para estos días?
–Para comer, cerveza y para copear, ron negro con cola. También el vino que me dan mis amigos chirigoteros, aunque con el Canasta hay que tener cuidado porque parece caramelo y puedes terminar con un serio problema de borrachera.
–¿Prefiere las agrupaciones ilegales o los coros?
–Las ilegales, aunque hay que terminar con el término ilegal. ¿Hay algo más lícito que hacer reir gratis? A las ilegales las prefiero llamar chirigotas generosas, espléndidas o sin interés económico, sin ánimo de lucro.
–¿Se ha escapado alguna vez del Carnaval?
–El sábado de Carnaval sí, porque no lo soporto y sólo me quedo si tengo invitados. No se parece nada al Carnaval.
–¿Cuál sería el sitio ideal para huir?
–Pues un sitio donde haga el mismo sol. Me quedo en El Puerto, aunque no concibo la escapada. Es lo último que se me ocurriría.
–¿Practica el Carnaval Chiquito?
–Pues claro. Es el Carnaval de la calidad. Todo el mundo afinado, perfecto, sin afonías, con las letras clarísimas.
«¿Hay algo más lícito que hacer reír gratis?»
El cantautor aboga por acabar con el término ilegales. Él prefiere «chirigotas espléndidas»
Por Francisco Apaolaza , 0:00 h.