Sin él ni habría pique, ni Concurso ni las coplas sonarían igual. Fue –quizás, aún sea– el que más ha influido en su eco actual, con esa mítica garganta profunda que –dicen– llegaba al centro de La Tierra. Fue, con su presencia imponente, el que nos enseñó que los corrales de comedias no son cosa del XVI y que aún es posible asistir a espectáculos en los que el público es, cuando menos, actor secundario. Fue el que le dio forma real a este circo al que nos abandonamos cada fin de invierno. El que marcó el camino, el que lo acogió todo y luego lo enseñó a los jóvenes autores para que siguieran la estela de los maestros viejos. Para que cambiaran lo justo para sorprender y conservaran lo necesario para evocar. Se sacrifica más de dos meses al año, abandona todas sus responsabilidades y se consagra a este maratón de rimas populares con ínfulas de inmortalidad por transmisión oral. Los que le quieren todo el año, sin alternativa, le echan de menos cada enero, cada febrero y, casi, cada marzo. Pero se han acostumbrado a vivir sin él hasta primavera. Y ahora, resulta que casi nadie, muy pocos, se acuerdan de hacerle un pasodoble ‘sentiíto’, un tango ‘erizante’, una cuarteta siquiera al teatro Falla en su cumpleaños número cien. Qué desconsiderados. Felicidades, viejo cabrón colorado.
Felicidades, viejo
Por José Landi , 10:12 h.