Es un guerrero, si, pero en son de paz. José Guerrero Roldán, alias Yuyu en los carteles del FBI en los que se reproduce el supuesto rostro que hoy podría tener Cañamaque, guarda un cierto aire de angelote en un cuadro de Murillo, que como es sabido aquí se mató pintando para comer.
Desde que debutara con Los ordeñadores personales, en 1986, pero sobre todo con el pelotazo de Los sanmolontropos verdes tres años más tarde, la afición supo que él no estaba dispuesto a perder la esencia popular por mucho que emergiese de las aulas universitarias de la Escuela de Magisterio. El y sus agrupaciones constituyen una especie de Uned que nos tendría que llevar a estudiar a distancia las raíces de la chirigota para hacerla, en su caso, antigua y moderna al mismo tiempo.
A lo largo de su trayectoria como autor carnavalesco, que compagina con la de comunicador en Canal Sur, El Yuyu ha demostrado que ha leído a Marcel Proust, quien basó su enciclopedia novela de la memoria que tituló A la búsqueda del tiempo perdido, en el sabor evocador de una magdalena que probó de adulto y que le llevó a la infancia.
Si algo tienen en común sus chirigotas –El que la lleva la entiende, Los últimos en enterarse, Los arapahoe que joe, Tampax goyesca, comparsa fina y segura o los actuales Emires por donde mires- es esa extraña marca de su casa, que nos sumerge en el túnel del tiempo y que recobra el espíritu y la atmósfera del pasado.
El Yuyu saca hoy las chirigotas que Cádiz hubiera podido fletar durante las Fiestas Típicas, si hubiese seguido el carnaval en vez de la dictadura, si el ingenio fuere libre y sin mordaza y si aquellos autores del pasado hubiesen tenido la oportunidad de saber leer.
El Yuyu no desprecia ni una exquisita fumée de El Bulli ni un plato de berza con todos sus avíos. Combina la sutileza con la sal gruesa, la brocha gorda con el pincel impresionista, la carcajada con la sonrisa.
Y tampoco hay fronteras entre su condición de personaje carnavalesco en toda su extensión XXL y su papel como canciller de Cádiz más allá de sus fronteras: lo que nunca se sabe si es bueno o es malo, en una ciudad tan endogámica que se entrega al primero que llega quizá porque aún se arrepienta de no haberse rendido ante Napoleón para que defendiese a la Pepa.
Embajador del carnaval, en sus fiestas quizá falte la bandejita de Ferrero Rocher, pero lo que siempre sirve es una inmensa nostalgia de Cádiz en sí mismo, esa magdalena amarga que exilia a sus hijos a Sevilla o a Castellón o los encierra bajo las siete llaves del conformismo, como si las murallitas de Cádiz fueran de piedra y se notasen.
El Yuyu y la magdalena del Carnaval
Por Juan José Téllez , 0:00 h.