Los otros días, en las semifinales de juveniles, un cuarteto, una chirigota y una comparsa, se despidieron del público porque se retiraban del concurso puesto que cumplían la edad que las bases dictan para la categoría de juveniles; es decir, que ya están preparados para dar el salto que les permitirá codearse con los grandes.
Ignoro si ese momento es deseado o, por el contrario, interesa que se retrase, cuanto más mejor, por aquello de que en esa categoría (la de juveniles), es infinitamente más fácil llevarse un premio. Yo más bien creo lo segundo, puesto que en la categoría de adultos no hay tope de edad, ni por defecto ni por exceso; es decir, que si un director cualquiera se interesara por algún chaval que cantara bien o tocara algún instrumento con maestría, no tendría más problema que el que presentaría el tenerle que llamar y ofrecerle un puesto en la agrupación. Y tampoco existen pegas para que un chiquillo, que quiera participar en adultos, se atreva a buscar un grupo que llegara a confiar en él: ni Antonio Martín, ni Ripoll ni Martínez Ares escribieron nunca para juveniles y, sin embargo, empezaron muy jóvenes: quizá sea cuestión de frecuentar lugares relacionados con el Carnaval.
A pesar de todo eso, imagino que habrá chavales que se pondrán contentos por poder echarle valor al hecho de enfrentarse a Tino, al Yuyu o a Morera; y a pesar de que se puedan llevar toda la vida sin salir de preliminares, sigan presumiendo con su palmarés de juveniles. Pero también cabe la posibilidad de que haya quienes nos deparen sorpresas agradables como nos ha ocurrido estos dos últimos años con los de La escuela del Carnaval y Los que se les ve la pluma; que han dado muestras de que pueden mejorar si no se creen que ya lo tuvieran todo aprendido.
De lo que estoy convencido es de una cosa: los chavales que dejan que la escuela pase por ellos y además tienen inquietudes culturales y son capaces de llevarse a los ojos algo más que los resultados de los partidos de fútbol, tienen más posibilidades de hacer las cosas bien que aquéllos que se conforman con saber hablar lo justito para hacerse entender un poquito mejor que un niño de cinco años; porque hacer una letra es muy difícil si queremos estar a la altura de los mejores; y para hacer un pasodoble o tango perfectamente rimado (cosa que se ve muy poquito) hace falta un conocimiento del lenguaje y la sintaxis un poquito por encima de la media; que aunque todavía se estén premiando y ensalzando letras dignas de redacciones de niños de ocho años, puede que un año de estos elijan a un jurado que sepa entender un texto.
Mañana será otro día.
El salto
El duque del guano
Por Paco Rosado , 0:00 h.