De ahí que todos deben congratularse de la capacidad de superación mostrada por Kike Remolino y Los Carapapa (ni hablar de Julio Pardo), que en un momento apartaron todas esas voces que le regalaban los oídos para centrarse sólo en las letras y músicas que dictaban su ingenio. Es necesario despojarse del endiosamiento que puede producir un exitoso febrero para no hundirse en el pozo pocos meses después. Muchos los esperaban con los cuchillos afilados, prestos a ponerles pegas. Pero nada, se quedaron con las ganas.
Lo difícil no es llegar, sino mantenerse, y la prueba de fuego del Momo ha sido superada sin duda, algo que no veían con claridad ni siquiera Las Pito-risas.
Contraste absoluto con aquellos autores que se vendan los ojos ante las críticas, ningunean a los que opinan y pierden esa posibilidad de mejora. Esos también luchan contra sí mismos. Contra su soberbia, su sordera, su manía persecutoria. El aficionado hace crecer a las agrupaciones. El fanático sólo las conduce a la ruina. Lástima porque si uno de ellos lee esta columna, tampoco se dará por aludido.