Mi querido y paciente Aldonzo: Cómo está esto, pisha. Aquí hay muchos fundamentalistas que no ponen nada en cuestión, como ya te he dicho en otra carta. Aficionados que se dejan llevar y que se alimentan de tópicos y frases hechas pero sin el menor ánimo de análisis. Esto es lo «mejón der mundo» para ese tipo de personas y querer mover algo es prácticamente imposible. Al Ayuntamiento tampoco le importa mucho si algo está podrido: se limita a satisfacer las peticiones de esos fundamentalistas para ahorrarse el gran problema que representa nadar a contracorriente. Así que para que esto experimente leves cambios que no sean los solicitados por esos individuos, deben pasar años.
Sin embargo, de vez en cuando, se da con alguien que «larga» sin miedo de los problemas que aquejan al Concurso; y aunque me cueste la «conviá», son esos a los que me arrimo y procuro sonsacarles cosas.
Ayer en el bar (odio llamarle ambigú) conocí a un personaje que, por lo visto, es el espíritu de la contradicción y se ponía en contra de casi todo; pero según me contaron otros, el tío llevaba más razón que un santo cuando apuntaba que a las modalidades de «Infantiles» y «Juveniles» habría que suprimirlas o, al menos, establecer censura previa a los repertorios. Porque de lo único que son cantera es de las vulgaridades que cantan los mayores. Carecen de la capacidad de copiar algo bueno aparte de que en esto de cantar no puede existir nunca la cantera: quien no tiene cualidades para cantar, no aprenderá en la vida aunque con ochenta años siga saliendo en Juveniles; y si para más inri la mayoría de los que escriben son adultos frustrados que no se atreverían nunca a escribir para Adultos, pues nos encontramos con dos modalidades que cuestan dinero mantenerlas sin saber para qué.
Contaba el hombre que había salido un cuarteto que representaba a José, María, el Niño y Ana; madre de maría; y que la primera parte de la actuación se la pasó José despotricando de su suegra (aprendido, por supuesto, de los mayores) en términos como éste: «Qué raro, José, en este belén no hay animales», «Cómo que no: ¿no está tu madre?» O éste otro: «María, cada vez me parezco más a tu padre» «¿En qué, José?» «En el asco que le tenemos a tu madre». Y se representa delante de ninfas de nueve o diez años que en ese momento están aprendiendo que sus abuelas dan asco. Y todo eso, además, patrocinado por el municipio que, sea del color que sea, tiene la obligación de, entre otras cuestiones, velar un poquito por la cultura de los ciudadanos. No nos podemos pasar un año, decía ese buen hombre, intentando organizar actos encaminados a conseguir la igualdad entre sexos y después premiar (porque a ese cuarteto seguro que se le premia) a niños que promocionan lo contrario.
El hombre, con buen criterio, decía que no es lo mismo la censura a adultos que corregir a menores; y que de la misma forma que es algo loable reñirle a un hijo para enseñarle, no permitirles que en el Falla digan todo lo que se les ocurra a los adultos que les escriben, es obligatorio. Un abrazo de tu amigo Quirce.
Sin embargo, de vez en cuando, se da con alguien que «larga» sin miedo de los problemas que aquejan al Concurso; y aunque me cueste la «conviá», son esos a los que me arrimo y procuro sonsacarles cosas.
Ayer en el bar (odio llamarle ambigú) conocí a un personaje que, por lo visto, es el espíritu de la contradicción y se ponía en contra de casi todo; pero según me contaron otros, el tío llevaba más razón que un santo cuando apuntaba que a las modalidades de «Infantiles» y «Juveniles» habría que suprimirlas o, al menos, establecer censura previa a los repertorios. Porque de lo único que son cantera es de las vulgaridades que cantan los mayores. Carecen de la capacidad de copiar algo bueno aparte de que en esto de cantar no puede existir nunca la cantera: quien no tiene cualidades para cantar, no aprenderá en la vida aunque con ochenta años siga saliendo en Juveniles; y si para más inri la mayoría de los que escriben son adultos frustrados que no se atreverían nunca a escribir para Adultos, pues nos encontramos con dos modalidades que cuestan dinero mantenerlas sin saber para qué.
Contaba el hombre que había salido un cuarteto que representaba a José, María, el Niño y Ana; madre de maría; y que la primera parte de la actuación se la pasó José despotricando de su suegra (aprendido, por supuesto, de los mayores) en términos como éste: «Qué raro, José, en este belén no hay animales», «Cómo que no: ¿no está tu madre?» O éste otro: «María, cada vez me parezco más a tu padre» «¿En qué, José?» «En el asco que le tenemos a tu madre». Y se representa delante de ninfas de nueve o diez años que en ese momento están aprendiendo que sus abuelas dan asco. Y todo eso, además, patrocinado por el municipio que, sea del color que sea, tiene la obligación de, entre otras cuestiones, velar un poquito por la cultura de los ciudadanos. No nos podemos pasar un año, decía ese buen hombre, intentando organizar actos encaminados a conseguir la igualdad entre sexos y después premiar (porque a ese cuarteto seguro que se le premia) a niños que promocionan lo contrario.
El hombre, con buen criterio, decía que no es lo mismo la censura a adultos que corregir a menores; y que de la misma forma que es algo loable reñirle a un hijo para enseñarle, no permitirles que en el Falla digan todo lo que se les ocurra a los adultos que les escriben, es obligatorio. Un abrazo de tu amigo Quirce.