Gorra francesa calada. Un pitillo en la mano que con frecuencia se funde con una sonrisa nerviosa. A sus espaldas, la comparsa, envuelto en ese halo misterioso y mágico que siempre acompaña a su creación. Juan Carlos Aragón cumple una década en la modalidad, diez años vacilando entre la gloria y el infierno y que dejan una agridulce sensación en su paladar. «Me pregunto si no hubiera sido mejor quedarme con la chirigota», reflexiona mientras evoca en su mente miles de recuerdos.
«Es una modalidad más completa, al menos como yo la concebía. Pero siempre tuve ese lado oscuro, y Ángel Subiela me dio la oportunidad, me piqué bastante y caí en la comparsa como una droga».
Un veneno al que estaba ‘condenao’ desde ese 2001 en que heredó el anterior grupo de Martínez Ares, y que le ha consagrado en el Carnaval como uno de los autores más reverenciados por su público y más ‘odiado’ por sus enemigos. Su figura ha cruzado la barrera de los premios, que ya en su día reconocieron a Los Ángeles Caídos y Araka la Kana, y su obra ha trascendido más allá del Carnaval. Pese a todo, añora esos maravillosos momentos de Tintos, Guiris o Yesterdays, algo que parece irrecuperable.
«Para reinsertarme en el sano mundo de la chirigota me lo tendrían que permitir las obligaciones profesionales y personales, y ahora es imposible. Resulta mucho más duro porque es más complicado hacer reir y mantenerte, porque existe más competencia, el público no es tan ciego, tan fanático, y la mente está más abierta». Aragón ha quedado muy desencantado al encontrar el reverso tenebroso de la fiesta. «En la comparsa la rivalidad es insana. La modalidad es maravillosa pero el mundo que la rodea es muy feo, especialmente por la actitud de algunos viejos que tienen muy mala leche».
Esta década procelosa, tempestuosa, ha mostrado las mil caras de un autor irreverente, contestatario, inconformista, orgulloso. Una personalidad que según el protagonista se mantiene inquebrantable aunque ha asumido las lecciones que le brinda la experiencia. «Como persona no me ha cambiado pero me ha enseñado mucho sobre la gente del Carnaval, a no fiarme ni de mi sombra y a saber que mis amigos son los que van más allá de todo esto y no tienen ningún interés. Además, me aporta la satisfacción de haber reproducido mis inquietudes musicales y literarias que yo tenía y la comparsa es el ámbito ideal. En la chirigota quedaría demasiado pedante».
Los genios se reconocen con el tiempo y con Aragón falta la perspectiva histórica que conceden los años. Él mismo reconoce que no sabe si habrá aportado algo a este mundo. «Sólo he intentado hacer cosas a mi estilo. Está claro que he tenido influencias, nadie hace nada de la nada, y a partir de ahí que mi creación tuviera un sello propio». ¿Sus influencias? «Del pop inglés, del cantautor cubano Silvio Rodríguez, y los poetas Neruda y Benedetti».
«En ese sentido el mundo de la comparsa me parece pobre, me aburre porque hay muy poca riqueza, se nutre de ella misma y por eso se repite tanto». Es en el único punto en el que existe la disonancia. «He intentado hacer que cada año fuera distinto, por divertimento propio y por respeto al público».
Sus motivaciones son varias. Entre ellas, su autoexigencia. «Soy muy duro conmigo, y si no estoy contento ahí me viene la primera gran frustración. De años como el pasado, donde se da un cúmulo de errores, si uno es humilde aprende bastante y no cometerá los mismos errores. Esa vez serán otros». El que resulta inconcebible es el que más daño le produce. «Me duele cuando una comparsa no canta como yo la he escrito. Salvo con el grupo de Subiela y Araka, nunca he conseguido que mi grupo cante como yo la había creado. Ahora con Juan Fernández existe buena sintonía. Y el grupo está a nivel de repertorio e incluso por momentos lo mejora y lo supera». De diez.
Aragón y la década procelosa
El autor gaditano cumple diez años en la comparsa, en los que ha aprendido a no fiarse ni de su sombra, y se plantea «si no hubiera sido mejor quedarse en la chirigota»
Por José María Aguilera , 0:00 h.