Las tradicionales fiestas típicas gaditanas nunca mueren
Habrán trasladado también al cementerio mancomunado de Chiclana los restos mortales de las Fiestas Típicas? Treinta y tres años después de sus exequias, cabe preguntar si están definitivamente muertas o haría falta clavarles una estaca en el corazón.
Muchos recuerdan todavía aquel entierro, ¿verdad, Antonio Fernández Repeto, verdad Marcos Zilberman, verdad José Manuel Gómez, Miguel Ángel Maján, Emilio Rosado? Los verdugos y los jacobinos del coro de La Guillotina, que en el primer carnaval habían sido ?Los Demócratas?, enarbolaban la pancarta con la inscripción «Entierro de las Fiestas Típicas. R.I.P. ¡Ya era hora!», y detrás el féretro, con una comitiva de plañideras armadas con cirios e incluso un espontáneo disfrazado de obispo que se sumó al evneto. A las cinco de la tarde, no a las cinco en punto de la tarde sino más bien a las cinco y cuarto de un cuatro de febrero, partía el cortejo desde la plaza de San Francisco a la Plaza Fragela. Era el año de la Constitución y de los buenos deseos pero la piel de Cádiz ya había probado a mansalva la mano dura de los antidisturbios.
No faltaba un perejil. Cuatro soldados de la Revolución custodiaban el ataúd adornado con seis coronas en las que podían leerse otros tantos mensajes de deudos: «Tu viudo Don Vicente del Moral», en homenaje al activo industrial gaditano que ejerciera como Delegado de Fiestas desde los tiempos de José León de Carranza y responsable a su vez del frecuente fichaje de las celebérrimas majorettes de Persignan; ?Un concejal in memoriam?;?El Quini no sabe si olvidarte?, ?De tus amigas las casetas?, ?Pepiño con amor? ?en alusión al propietario de El Anteojo, donde solían actuar en privado las agrupaciones carnavalescas– y ?El látigo macareno?, uno de los cacharros de Bañuls Atracciones S.L., que se instalaban en Santa Bárbara, con más aroma de feria que de carnaval.
Aquel coro, en sí mismo, era una advertencia: estaban preparados para cortar cabezas por si se quería volver atrás en la conquista del carnaval y de las libertades. Los tambores redoblaban a réquiem mientras uno de aquellos martillos de plástico que marcaron una época reposaba sobre el ataúd. Todo aquello lo recordamos, sí, lo recuerdan. Pero, ¿están muertas, definitivamente muertas, las Fiestas Típicas, o siguen como alma en pena rondando el carnaval?
Y no me refiero al simulacro carnavalesco del verano, que al menos pretende la caza y captura del turista, lo que no debería ser pecado en los tiempos de crisis. Lo peor es lo otro: ese cierto clasismo que sigue marcando algunas conciencias, esa añoranza de tiempos pasados que definitivamente no fueron mejores, esa cautela para no ofender a las autoridades que impera en las letras de numerosas agrupaciones sin que ya a veces no haga falta siquiera la censura de otros tiempos.
Pero sobre todo esa absurda creencia de que el carnaval debe permanecer fósil, inmaculado, intocable, repetido como una redundancia, año tras año. Sin ingenio, sin gracia. Tal que si fueran las Fiestas Típicas.