La tierra donde brotan mostradores
El suelo prácticamente no se ve. Las barras
prácticamente se lo comen todo…y la gente también. Otoo Melver es
comisario especial de la ONU para el análisis, valoración y contención
de la expansión de la barra de bar salvaje en el Sur de Europa. «Esto
es como la gripe aviar pero en vez de dar fiebre lo que da es mucha
ganas de ir al servicio» dice Otto en un perfecto español que aprendió
de joven cuando estuvo de pelador de gambas en un bar. «Mira como tengo
los dedos de pinchazos», dice orgulloso, enseñando sus meñiques que,
ciertamente parecen el extremo de una regaera.
Melver
recorre cada noche la Viña, el Corralón y todas las zonas de riesgo de
implantación de la barra supletoria y se ha convertido en todo un
experto del fenómeno y también un experto en bocadillos de tortilla,
porque «los pruebo en todos los lados. A usted joven, como le gustan
jugositas, que se vea un poco el huevo, o más bien sequeronas, de esas
que tienes la sensación de que estás comiendo un contenedor del muelle».
El
comisario es todo un experto. Su brazo esta siempre torsionado como si
estuviera permanentemente apoyado en una barra y la mano la tiene
abierta, tenga o no puesto un vaso de cerveza, que parece que se le
atornilla a la perfección. «Es que soy un vicioso del trabajo y siempre
estoy en guardia» bromea Melver, que ha aprendido en Cádiz a seguir los
pasodobles tocando con los nudillos sobre la barra. «Las mejores para
seguir el ritmo son las de Cruzcampo, las de Coca Cola tienen eco y no
consigo acoplarme a la música. Quieres que te toque lo último del Noly.
También sé cantarte con los nudillos Sarandonga de Lolita».
No
hay fiesta en Cádiz si no hay mostradores puestos en la calle con su
grifo de cerveza. Si en Valencia necesitan que haya petardos y en
Sevilla todo huele a azahar, aquí es necesario que huela a espuma, pero
no de mar, sino de zumo de malta.
Para Melver la
extensión del mal del mostrador en la calle de la Palma «es tremendo.
Sólo me queda por ver que pongan una barra en la puerta de la Iglesia y
salgan los penitentes de la Palma a atenderla y dentro la cuadrilla de
Ramón Velázquez haciendo filetitos al grito de listos los de atrás y
darle la vuelta. Es el único hueco que queda. Yo creo que levantas un
losillo y te sale un tío con una gosifa, pone la barra, te la limpia y
te dice «¿qué va a queré. Crocleta no me quedan».
Este
estudioso de la barra fija estima que en estos bares se dan fenómenos
muy extraños. Un día me pusieron un jamón albino. ¿Tú has visto algún
jamón albino? Pues a mi me pusieron un bocadillo de jamón albino en el
Corralón de los Carros. Le dije porme un bocadillo de jamón. Le
pregunté ingenuno ¿Será ibérico, verdad?. ¿Ibérico? Si trae en la
pezuña puesta unas botas de montaña de lo que este animal ha andao.
Total que abro la baguetina y veo que oh, sorpresa, todo el jamón es
blanco. «Señor camarero, señor camarero», dije. «Solo me ha puesto
tocino, se le ha olvidado la otra parte del jamón». «Qué va hombre es
que le ha tocao una parte con muchas vetas. Como es de montaña alta, le
habrá cogido la parte nevada». «¿Vetas?. Yo creo que este jamón lo que
lleva no es veta sino la bata blanca del ATS del ambulatorio de Vargas
Ponce». “Espere un momentito, me dijo» y el tío me puso un bisté de
cerdo encima del tocino y me dijo eah, ya tiene el cerdo entero.
Melver
tiene hechos ya 300 folios de análisis del fenómeno de los mostradores
en el barrio de La Viña y presentará en la ONU un informe en el que
concluye que la cosa no tiene peligro y que incluso ha visto a gente
que desarrolla gracias a esta actividad su musculatura: «Mira una vez
vi a un cocinero estirándole los bigotes a unas puntillitas para
convertirlas en chocos y poder servir una ración que le habían pedido.
Me dije menos mal que no han pedido pez espada porque estaba pensando
como iba a estirar los boquerones que tenía en la freidora».
Y por cierto joven tú sabía que media ración es que el plato te lo parten por la mitad. Pues toma nota, toma nota.