La plasticidad del burgaillo

En estos días de meditación que se viven en la Viña paseabamos ayer un grupo de gaditanos en estado de mediana ingravidez (este estado se alcanza entre la tercera y la cuarta Cruzcampo sin tapa) y repasábamos los mejores pasodobles y tangos que se le han escrito al marisco. En nuestro recuerdo somero, bueno también sopero porque entre Cruzcampo y Cruzcampo nos tomamos un caldito, recordamos algunos de esos tangos que se enjuagan con agua de La Caleta y esta se tiñe color coñeta demostrando la intrínseca calidad de la copla. Pasaron por nuestras mentes el inolvidable tiene mi tierra una gamba o el simpar canto que decía el centollo gaditano se está perdiendo y es una pena. Incluso el famoso cangrejo magrebí (moro está mal visto) de La Caleta se ha llevado coplas inolvidables y este año hasta han salido en una chirigota.
Ambrosio el Caraesdrújula sentenció que su sueño era comerse un burgaillo al atardecer en La Caleta y que el sol se escondiese entre las aguas mientras extrae el bicho del caracol ayudándose con un alfiler a modo de espada tizona. Alzó los brazos, entonces, dejó la Cruzcampo en la mesa, se jincó de rodillas y pidió en voz alta a la Virgen de la Palma (coronada) que le inspirara para encontrar las palabras justas que describieran el momento. Hubo un silencio. Nadie se atrevía a estropear aquel instante de cuando el gadita puro muda de carnavalero a cuaresmero y enlaza el marisco con la devoción mariana. Es como la mutación del gusano de seda que se convierte en palomita, pero en trimilenaria idiosincrasia. Carmelo, el cortapunto, cogió la palabra…. ummm, mira poeta de la piedra cuadrá, bambalina de la palabra,  ya solo falta que te pida un fanta naraja y digas que las pompitas que suelta te huelen a azahar.