¿QUIÉNES SON ÉSTOS?
Lo decía tantas veces que lo mejor era asentir según comenzaba la frase. Que si Paco, que si la melodía y la elegancia, que si Chimenea y Agüillo Padre, que si eran otros tiempos, otros modos. Los oyentes, que tenían esa edad faltona a la que todo es posible, escuchaban como un ritual obligatorio antes de salir camino del Falla con el pecho latiendo, como bombo de chirigota, sólo por la emoción de ir, de estar. Alguna vez cayeron en la tentación de darle vueltas a lo que decía ¿Cómo que lo de ahora no vale un duro? ¿Cómo que no disfruta de Las Momias, de Los Llaveros, de Los Borrachos, Las Viudas, El Brujo, El Vapor y Los Trasnochadores? ¿Qué está contando? ¿Está ciego? ¿Sordo? ¿Tan mal le están sentando los años?
A la noche siguiente reincidía el crítico. No le había gustado nada. Sonreía para tratar de explicar que vivía en otro planeta, llamado Carnaval 1964 ó 1967. No entendía nada. Ni conectaba, ni disfrutaba. Todo era un galimatías que le producía rechazo. Esa no era su gente, ni su Falla, ni su música, ni sus letras. No eran sus modos ni sus normas. ¿Qué es eso de las filtraciones? ¿Por qué hablan de sí mismos? ¿Y tantas voces? ¿Por qué no cantan suavito para que yo pueda también? ¿No es demasiado largo? ¿Por qué están enfadados? ¿Por qué son todos tan catetos? ¿Por qué dicen tantas tonterías? ¿Y los piropos? ¿Cuándo nos reímos de algo nuevo, que no sea de la tele?
Y los alegres ochenteros, o los contemporáneos de Cobi, arrogantes de fin de siglo, volvían al Falla a disfrutar lo que el anciano no podía. No sabía. Pensaban que no quería.
Una noche, recién pasados estos Reyes Magos, uno de los alegres disfrutones que correteaba ninfas y estribillos, llegó a casa de trabajar. Corriendo a ducharse y a volar al teatro. Pero se sentó. Error. Una cabezadita. El curro y los niños tumban al mejor púgil.
Ya nunca pudo levantarse, entreabrió los ojos y vio desde el sillón, en un cristal, su nueva cara: la del viejo al que ya no le gustaba nada.