El payaso serio

Fue hace unos doce años ya. Pero alcanzó la categoría de fenómeno popular y todos lo recuerdan. Fue un programa de televisión, en horario nocturno, el considerado estelar en todos los países pero que en España llega tres horas más tarde. Entre su amplia oferta de actuaciones, pseudodebates y atracciones, convirtió en norma la exhibición de los denominados ‘frikis’, expuestos en la moderna barraca plana para servir de cachondeo al espectador. El anglicismo ?freak? viene a definir a un ‘raro’ (también se usa en inglés para ‘monstruo’), a una persona con alguna afición tan excesiva, una torpeza social tan extrema, algún rasgo tan particular, que lo convierte en excepcional. Pero la idea llegó pronto a más allá. De enanos a jorobados, pasando por personas con alguna dificultad en la dicción, de gangosos a tartamudos, o situados al límite de la inteligencia que se considera media. Varios de ellos, la mayoría, eran andaluces ?muchos, gaditanos? que a falta de productividad en otros sectores somos imbatibles en el de aspirantes a la efímera popularidad televisiva. Esos ‘colaboradores’, a cambio de un puñado de billetes y palmadas, a cambio de ser un popular objeto de burla, se dejaban allí la poca salud que les quedaba, la dignidad, y la vergüenza, si es que tenían al llegar. De todos esos papeles, sin embargo, el más asqueroso era el del payaso serio, el del presentador solemne que contenía la risa, el de director de pista, promotor y cómplice del ridículo ajeno. El del apuesto e impecable maestro de ceremonias que presentaba y conducía, pastoreaba, a los desgraciados. Les hacía creer que eran protagonistas, reyes por unos días, importantes, influyentes, conocidos y populares. Artistas al fin. Se los ponía cerca para parecer ingenioso y seductor por contraste. Pero siempre me pareció que esos guapos eran los más repugnantes y babosos. El conductor de la orquesta o el gran solista era el verdadero patán. Me repele también que aquella vieja y zafia técnica siga viva en la información y las retransmisiones de Carnaval. Han pasado doce años. Aquí no hay andaluces tarados a los que ?bajar? a buscar. Pero siempre habrá un pobre a mano.