EL PARAISO

Desde que el señor Patata Veredicto XVI borrara de un plumazo (con perdón) el Purgatorio al decir que no era un lugar físico sino «un fuego interior», como el que tiene  mi vecina Carmeluchi, no veas la de gente buena que se cuela en el Paraíso.

El Gallinero ya no es lo que era: ese emporio de cultura al que acudía lo más granado de la literatura de casapuerta gaditana después de beber en las fuentes de los clásicos, el Ducal o la barra del Falla; ese refugio del paciente francotirador de la rima, canalla al acecho de una presa fácil; ese hogar del rapsoda del verso cruel que soltaba su ripio y se quedaba más a gusto que Quiñones en una matanza; ese pulgar de César del que las agrupaciones recelaban a la espera de que se inclinara hacia arriba –otorgándoles su beneplácito– o señalara hacia abajo, con gesto de degüello de los incautos corderitos que osaban profanar las tablas del Templo…
La culpa es del alma cándida a la que se le ocurrió lo de la venta de las entradas por internet. Estaría en el Limbo. ¿Que también se lo han cargado? ¡Coño, con el señor Patata! ¡La que estás formando, chiquillo!