Nochevieja
Clau se está haciendo mayor. Está creciendo demasiado rápido. “Creo que le he perdido las vueltas al reloj”
Debo haber extraviado en mi memoria la sensación que producía irse a la cama nerviosa, con urgencia por dormirme, a la espera de otro día, con la ilusión, las mariposas y la inquietud por rondarle a ese duermevela constante en el que transcurren las madrugadas más mansas de nuestra infancia. Con ella, soltamos la rémora de todo lo hermoso que quedaba en aquellas inquietudes noctámbulas. Los cumpleaños, los viajes, los Reyes…
Clau se está haciendo mayor. Está creciendo demasiado rápido. “Creo que le he perdido las vueltas al reloj”, me dice a veces su madre que, a pesar de pertenecer a generaciones remotas, parece tenerle las hechuras perfectamente cogidas al tiempo.
.
Quizás por una pésima y lamentable influencia mía, quizás por una rebeldía preadolescente o, tal vez, porque a los trece años uno siempre toma malas decisiones, Clau ha vuelto, por una noche, a su infancia. Ella no lo sabe, al igual que tampoco es consciente de que sus sentimientos, sus pasiones, su cuerpo y sus ideas están a punto de desbordarse y de llenar de primaveras y papelillos cada rincón de su casa.
Hace un año, un compañero llegó a clase cambiando la letra a algunos de esas canciones célebres y zumbantes que han desahuciado la nobleza de la radio. De muchas ni se sabían el título, pero la verdad es que aquellas que ahora cantaban, era pegadizas y poco a poco toda la clase se conocía como un rezo aquellas irreverentes letrillas que apenas comprendían. Es la maravilla de ser niño: cuando te gusta algo, lo aceptas como tuyo sin preguntar de dónde viene. No sé cuándo descubrió que aquello se llamaba Carnaval, y que ese grupo eran “Los Daddy Cádiz”, pero su madre dice que, si tuviese el mismo afán y memoria para los estudios, la sacaba de pobre.
Clau ha vuelto, por una noche, a su infancia. Todavía no sabe qué van a sacar, ni entenderá las chanzas y, seguramente, le cueste discernir los versos a la primera. Pero el martes cerró los ojos con la ilusión de quien, al abrirlos, espera un regalo. “Podría ser siempre así”, dice su madre. Creo que la entiendo: podría ser siempre febrero y dormirnos, cada noche, con la ilusión de que mañana nos cantarán nuestros rapsodas favoritos, aunque a algunas voces ya solo las escuchemos en el sueño.
Cómo le digo ahora a esa madre, que siente que su pequeña se le escapa, que han envenenado a su hija. Y de ese sueño, Clau, ya no se sale.
Feliz año nuevo, pequeña.