Música, imperatrix mundi

“La música es una mayor revelación que toda la sabiduría y la filosofía”

La música es una mayor revelación que toda la sabiduría y la filosofía”. Esto decía Ludwig Van Beethoven del que probablemente es el arte más elevado de cuantos artes disfrutamos. Entendía que la música era la entrada inmaterial a un mundo superior de conocimiento que, paradójicamente, la humanidad es incapaz de comprender. Algo sabía este sordo de música y emociones. La propia Iglesia, durante siglos, supo de su importancia y de sus cualidades inspiradoras y elevadoras como vehículo para el mensaje que debían trasladar a los fieles. Es imposible no emocionarse escuchando el “Erbarme Dich” de Bach, por ejemplo, independientemente de que compartas o no la letra.

Decía la semana pasada que iba a desarrollar esos tres elementos (música, letra y afinación) que el jurado del concurso de agrupaciones debe puntuar. Pues bien, comenzar hoy por la música no es casual. Nos hallamos ante el elemento fundamental; es de los tres el que fija el límite que puede alcanzar la obra, precisamente por su condición de soporte y vehículo del mensaje.

Mi admirado Paco Rosado, autor de algunas de las músicas más hermosas y reconocibles del carnaval de Cádiz, sostiene hace años una cruzada (¡cruzada! me dice el enemigo…) para que se desvele la puntuación de música otorgada por el jurado. Y entiendo, como músico que es, que la reclame; pero al hilo de lo que comentaba en el artículo anterior, otorgar al jurado una labor pedagógica creo que solo iba a generar más frustración. Es todavía más sencillo: sin música no hay premios; sin música, incluso, no hay risa; no hay aplausos; no hay nada. Por muy buenas manos que tuviera Fernando Alonso, cuando no tuvo un vehículo capaz de ganar, no pudo demostrarlo. Ese vehículo universal es la música.

Muchos premios —y entenderán que aquí no sea más explícito— se han conseguido con repertorios que no soportarían fácilmente su lectura sobre el papel. Composiciones que todos tenemos en la memoria, no superan un análisis de estilo, ni sintáctico, a veces ni semántico, pero… ¡ah! la música, cuando es buena, disuelve errores, borra defectos: es el tippex del alma. Por el contrario, recuerdo cómo hace años un periódico local publicaba una sección con las letras más relevantes de la sesión anterior. Ahí leí un pasodoble muy hermoso y espléndidamente escrito, e inmediatamente me empleé en localizar esa joya que me había perdido la noche previa. Fue decepcionante. Un pasodoble más, sin pena ni gloria, que merecía mejor suerte; que algún Romualdo, un día de calor, hubiese acudido en su ayuda aunque fuera en bañador.