El largo viaje para hacer pis en casa ajena

Muchas agrupaciones vienen de fuera solo para poder llorar con que no se les deja participar

En las fiestas que uno organiza en casa vienen, por esa cosa de evitar la endogamia, gente de fuera. Los hay de dos tipos, supongo que usted tendrá localizados en su círculo más cercano a ambos. Por una parte está el que llega a casa ajena con humildad, tratando de agradar y, eso sí que es gloria, con cerveza, patatas fritas o, los hay con suerte, chicharrones. Y están los otros, Dios los confunda, que traen lo justito para cumplir, critican cómo tienes decorado el cuarto de tu hija y, oh horror, no apuntan como debieran a la hora de hacer pis. Y en el ratito de estar en casa tienen en la boca la constante cantinela de que, si molestan, se van y no vuelven más…

Lo mismo tenemos en el Falla. Se ha convertido en habitual que las agrupaciones de fuera de Cádiz más mediocres enarbolen un “refugees welcome” ridículo cuando, en este concurso local de coplas, todo el mundo es bienvenido. Como el profesor que se queja de que faltan muchos alumnos ante quienes van a clase, estas agrupaciones que tienen su huequecito en las tablas lloran, lloran, lloran, porque se las discrimina. En demasiados casos, como contábamos antes, vienen al Falla cortitos de jamón y largos de mortadela.

Repitamos que el concurso del Carnaval de Cádiz es un certamen local de coplas, en donde es justo regodearse en el acento, en el tipismo, en lo nuestro. Como la familia que, al reunirse, cuenta el día en que el tío Luis se pilló aquella borrachera, llora porque la prima Teresa ha tenido que repetir curso y se indigna porque Alberto no consigue el ascenso. Y, claro, la familia se alegra cuando alguien de fuera participa, cuenta un chiste verderón y trae un riojita que le recomendaron en su pueblo. Pero, entiéndame, se pone de los nervios cuando de fuera vienen a mearse fuera de la taza.