Falla y familia

Supongo que soy feminista porque no he conocido nunca la posibilidad de no serlo. Hace quince años, yo no sabía que existía esa palabra. Probablemente me extrañaba al ver a chicas que decidían enseñar su cuerpo, porque a eso se nos ha enseñado: a desconfiar y juzgarnos. Hace quince años, yo tenía las herramientas para luchar contra aquello pero no sabía cómo usarlas. Yo solo entendía que, en ciertos núcleos, a mí se me trataba de forma diferente que a los chicos. También sentía  y me removía ver cómo muchos hombres vejaban o hacían callar a sus esposas sin importarle mucho la mirada de otros, ni la dignidad de esa persona. Recuerdo que las miraban como se mira un escaparate de confitería. Yo, por mi parte, escuchaba con asiduidad que era raro que a una niña le gustase el Warhammer  o la música heavy. No en pocas ocasiones, algún chaval intentó correr el rumor de mi supuesta homosexualidad. Lógico, una chica que hacía las mismas cosas que ellos, tenía que ser lebiana.

Con los años, y por fortuna, el feminismo ha ocupado el hueco que le corresponde y quiero creer que estamos aprendiendo, o al menos tenemos las herramientas, para desprendernos de las conductas machistas y patriarcales que todos llevamos dentro. En la mesa de mi casa,  es común que se nos oiga a mi padre y a mí discutiendo. Sé que puedo llegar a ser muy insistente y cargante cada vez que le manifiesto o que un comentario está fuera de lugar, que debería darle otra perspectiva o que, sencillamente, acaba de soltar alguna enormidad de la que no es consciente. (A decir verdad, me expreso con menos elegancia con la que escribo, así que en ocasiones soy muy incisiva).

Él se preocupa cada vez que le cuento que he tenido que responder ante a algún majadero, cretino, necio, insensato o borrico o papanatas  por la calle,  y sé que reprende a sus compañeros y abandona los grupos de whatsapps cuando se le falta el respeto a una mujer. Mis padres no son carnavaleros, apenas conocen unas pocas de letras porque no paro de repetirlas, pero se sentaron frente al ordenador porque salía El Canijo. Saben que es mi chirigota favorita y les tienen un cariño particular  a algunos componentes.“Hoy salen los del grupo que conocimos”, me dicen. De algún modo, el Carnaval tiene esa magia de acercarte más de lo que sospechas a ti mismo. Vivimos en distintas ciudades, pero esa noche los dos nos encontramos sobre las tablas del Falla. Yo, como esa hija que escucha atenta y está esperando. Él, como ese padre  al que no le importa que le corrijan. El Carnaval, como la vida.