Desafinado

No sé —ni me importa— quién fue el promotor de esta grotesca idea de puntuar a partes iguales música, letra y afinación, pero es el mayor atentado al sentido común

“Si dices que desafino, amor, que sepas que eso provoca en mí un inmenso dolor. Solo los privilegiados tienen un oído igual al tuyo; yo poseo apenas el que Dios me dio”. Así comenzaba “Desafinado”, un clásico compuesto por Jobim y Mendonça.

Pues así está el reglamento de COAC: desafinado. No sé —ni me importa— quién fue el promotor de esta grotesca idea de puntuar a partes iguales música, letra y afinación, pero es el mayor atentado al sentido común. No es posible disociar una obra artística —un todo íntegro y acabado— porque cada uno de sus elementos colabora en la impresión subjetiva que tenemos del resto. El pasado año al respecto sugerí que hiciésemos el ejercicio mental de cantar las “Nanas de la cebolla” con la música del “Himno de la alegría”. ¿Cómo debería un jurado puntuar esa combinación? Si ya añadimos la afinación a la ecuación, es demencial; imagíneselo ahora cantado por el Orfeón Donostiarra. ¿Lo ha hecho? Ahora inténtelo de nuevo pero sin descojonarse.

Trato de ponerme en la cabeza de los defensores de semejante despropósito y solo se me ocurre una explicación: alimentar los egos del letrista, el músico y el director o grupo. Sospecho que esperan del jurado una labor pedagógica para que cada uno pueda identificar quién aporta más o menos al conjunto. Infantil, además de profundamente equivocado.

Quiero creer que el jurado, cada año, se las ingenia para hacer una valoración global de la obra y después repartir los puntos entre los tres conceptos puntuables, respetando —obviamente— la suma total. De no hacerlo así, o con cualquier otra medida correctora, el desacuerdo entre su fallo y el del aficionado será insalvable. Los aficionados no solo no diferenciamos entre letra música y afinación, sino que incluso no hacemos distinción entre distintas partes del repertorio. “Caleta” pasó a la historia por su presentación; hoy esta se llevaría a lo sumo los mismos puntos que la afinación de un pasodoble. Así están las cosas, tristemente.

No hay espacio en esta, mi “calumnia” de opinión, de tratar con un mínimo de rigor estos tres elementos, por lo tanto dedicaré las próximas tres entregas a cada uno de ellos.

“En el fondo del pecho de los desafinados, callado, late también un corazón”.