De fiesta a espectáculo
Hasta los gritos del Gallinero ahora los veo impostado, preparados, sin frescura
Febrero del año 86. Sesión de tarde de semifinales en el Falla y el coro La Plastilina cantando el tango “Tengo dos novias bonitas”. Y luego vino la comparsa Orfebre o la chirigota Los miembros del jurado. Y allí estaba yo, en un teatro abarrotado. Con un ambientazo y donde nadie cantó eso de “campeones, campeones”. Y no tuve la sensación de que al Concurso no fueran los gaditanos.
Febrero del 98. Domingo por la tarde en Carranza y a uno se le ocurre que fuéramos al Falla por la noche. No teníamos entradas, pero si Gallinero valía 1.000 pesetas, aguantando un poco por 1.200 podíamos conseguirlas. Y las conseguimos. Y vimos el estreno de los Juancojones en el Falla, entre otras. Y nos lo pasamos en grande. Y tampoco tuve la sensación de que al Concurso no fueran los gaditanos.
Y llegó la modernidad. El vamos a llevarnos bien con todo el mundo y vamos a poner el teatro para los gaditanos. El poner la taquilla por Internet y las entradas nominativas. Y ahora tengo la sensación de que al Concurso no van muchos gaditanos. Que eso de poner las entradas para que vayan los gaditanos no es así. Quizás sea una mala sensación la que tengo, pero en lo de antes veía fiesta local, carnaval, esencia y en lo de ahora veo más teatro, espectáculo, poca naturalidad. Y, sinceramente, no veo a mi padre en el Falla, porque no lo veo que controle mucho Internet ni en una cola de horas para poder tener una entrada a su nombre.
Cuando se pierde la esencia se pierde lo añejo. No todo lo añejo es bueno y lo nuevo malo, pero cuando ese sabor a tradición se pierde en una fiesta local y autóctona para globalizarla, se pierden muchas cosas por el camino que intentamos suplir con cuatro pinceladas que nos llevan a la nostalgia o asegurando cosas que no son, o al menos no dan la sensación de ser.
Quizás la culpa sea mía, que hasta los gritos del Gallinero ahora los veo impostado, preparados, sin frescura. Ya no veo al Teatro como un coliseo romano donde si no había calidad, fuera de donde fuera, el Gallinero ponía su pulgar hacia abajo. Todo me parece empaquetado, hasta el horario de las sesiones.
Equivocadas o no, esas son mis sensaciones y por mucho que lo actual pueda estar más cerca de lo acertado, me seguirá faltando esencia al ver un concurso con todo el taquillaje vendido antes de empezar o viendo abrirse el telón a las ocho de la tarde, por ejemplo. Tener entradas para ir al Falla es hoy en día un acto de más privilegio que antes, casi heroico.