Bienaventurados
De pronto, pasa, sucede, ves a la gente llorar de risa mientras intenta no hacer mucho ruido
“Yo tengo un don divino/ que eso es un bastinazo/ Yo tengo un don divino/ que en la rodilla me da porrazos”. Era un estribillo, corto, directo y con la guarrería implícita, nunca explícita. Uno de ley como decenas que se escuchan y olvidan cada año. Quede constancia de uno cualquiera para mandar un abrazo solidario a los que esperan que lleguen mientras soportan un prólogo que es como el de las malas novelas: largo y pomposo, escrito por lo común por un pretencioso que se ha autoproclamado, como Guidó. En este caso, experto máximo o portavoz supremo. Cada día de martirio es uno menos para que aparezca la recompensa. Bienaventurados los que sufren el Falla porque de ellos será el reino de los cierros.
Queda poco y no hará falta nada. Una calle sin locales ni sangre pero con garajes y ventanas cerrados. Alguna escalinata, una plaza mínima con una moto vieja encadenada. Una esquina de bellos trazos deformes, como todo el mínimo callejero gaditano. Aparecerán jinetes famélicos y orondos niños de colegio pijo, tres profetas del fin del mundo… Escuchas tres decenas de coplas, con sus improvisadas (o no) interrupciones, con el adobo insustituible de la risa y la participación, que sólo buscan la alegría repartida entre público y actores, capaces de intercambiar ese rol en cualquier momento. No tienes tú rol…
De pronto, pasa, sucede, ves a la gente llorar de risa mientras intenta no hacer mucho ruido. Qué bien suena ese silencio al fracasar. Escuchas el cuplé a San Kichi, a turra Torra y a San Santi Abascal, una rumba a Susanita la que se fue o un pasodoble al primo que vive en Londres y teme el Brexit. Caen 20 coplas más, cantadas a un metro, sin pretensión ni objetivo. Y te reconcilias con todo este juego, el hijo listo y guapo del “orgullo local” que citara Radio Futura. Disculpas la arrogancia y la vanidad, tan efímeras como su gloria, de algunos intérpretes. Todos caeríamos en eso al ver caer de risa al respetuoso respetable. Recuerdas por qué te gustó tanto, redescubres su encanto discreto, en penumbra. Cádiz tiene una penumbra premium. Es una luz oscura y macilenta, como intacta desde 1890, que haría a Jack sentirse en casa. Giras el cuello un poco, te dispones a volver a escuchar y comprendes que el prodigio sigue intacto.
Yo no podré, o apenas. Este año tampoco. Pero ojalá esas tres horas que tenga por todo Carnaval real (suficientes sin son tan divertidas con suelen) compensen las tres semanas anteriores sometido a esta versión carnavalesca de Guantánamo. La alegría es para el que la espera y la busca. Llegará. Sin complicaciones, allí donde nadie pregona todo lo que sacrifica su salud, su tiempo, su familia, sin que nadie llore por “dejarse la piel” sin limpiar luego, sin entrevistas ni entendidos, sin mítines de barra, sin ambiciones, inspectores, horarios, puntos, plagios, repartos ni problemas.
Es un ratito. Nada más. Y se acerca.