Carnaval de Cádiz

Concurso de chapuzas

Nos llevamos 15 años rajando de que el Ayuntamiento quería apropiarse del Concurso y ha sido el Falla el que se ha tragado San Juan de Dios

Por  9:32 h.

Será la octava vez que lo escribo pero como no participo en ningún concurso y no me lee ni mi madre, puedo repetirlo a gusto: nos llevamos 15 años rajando de que el Ayuntamiento quería apropiarse del Concurso y ha sido el Falla el que se ha tragado San Juan de Dios. Ningún asunto se lleva más horas de acción y debate que esta competición de sus amores, con museos complementarios, debates ninfáticos, pregones, logos, carteles y, sobre todo, remodelaciones reglamentarias, estatutarias y organizativas. Fue lo primero (¿lo único?) que cambiaron al llegar y es lo primero que revisan cada verano tras las vacaciones. Que si fechas, jurado, sistemas, aptitudes e inaptitudes. Ahí se ven las actitudes.

 

De veras están convencidos de que sus gustos son los de todos. Que todo esto puede ser una pseudoindustria («Carnaval S.A.» he llegado a escuchar con espanto a un intérprete). A los muchos gaditanos que nunca lo entendimos así, que sólo lo consideramos un juego fascinante y una forma de coleccionar momentos preciosos con banda sonora, nos chirría este empeño. Luego, al rato, nos da igual. Ellos sabrán, aunque paguemos todos. Aunque ya puestos. Si tanta importancia le dan, si tantísima multitud sigue lo del teatro y el resto, si tanta imagen de Cádiz exporta (así nos va), si tantas supervivencias económicas –como dicen los picaos– hay en juego, si tan reglado y tan rentable ha de ser todo, cabe pedir una pizca de rigor pseudoprofesional. Por ejemplo, los árbitros no pueden ser voluntarios, autodesignados. Pasa lo que pasa. Como bien saben los lectores mayores, los que se ofrecen siempre tuvieron muy poco prestigio en la mili.

 

Hay que desconfiar del que se presenta. La carpa no se puede montar con tres días de antelación a cien metros de cien viviendas. Eso de «peor están en La Viña» es un paupérrimo argumento. El programa –dos conciertos comunes y poco más– no se puede cerrar a diez días ni fijar una «batalla de coplas» (nombre feo) a dos semanas de que se celebre. Sí, como la del Trofeo. Las ponen por todos lados, como Romaní –otrora– los macetones. De las cabalgatas, mejor no hablar. Basta con huir, como de la publicidad ‘ad hoc’ en la tele.

 

Resultan inexplicables sesiones de siete horas sin descansos. Antes sí tenían pero uno se quejó y, ahora, no. Lo más llamativo es que, desde 2016, son las agrupaciones, los sacrosantos autores («poetas» se llaman unos a otros) los que han tomado el control absoluto de la organización de todo. Y se agarran unos cabreos enormes con todas estas chapuzas que ellos mismos presentan, debaten, aprueban o rechazan todo el año. Los ajenos tenemos que valorar la posibilidad de rendirnos y entregarles el Teatro Falla, sacrificarlo. Que se queden encerrados allí todo el año cantando.