Pasados por agua

Confiéselo.  Después de todo, es usted de esas personas normales con tendencia a solidarizarse con las causas perdidas. Dígalo de una vez. Si por algo le dio pena que lloviera –tanto- sobre mojado, sólo fue por los vendedores ambulantes que tuvieron que ponerse el traje de ibuprofeno para capear el temporal, sólo fue por el puesto de los churros de Canalejas, y sólo fue por la inversión y el esfuerzo de los hosteleros en plena crisis, porque a estas alturas, a usted le dio igual que se suspendiera el concierto de la copla, que se no se entregara el Aguja de Oro, o que la Cabalgata fuera a paso horquilla por una Avenida totalmente vallada para que las hordas de carnavaleros no deslucieran con sus interferencias el desfile -¿procesional?- magno. Sí. Confiéselo. Hasta pena le dio que ayer saliera el sol y la tregua  permitiera constatar lo que dice el refrán, que mal acaba lo que mal empieza.
Y lo sé. Por un momento, tuvo usted un punto de demencia que también le llevó a solidarizarse con el Ayuntamiento y con los gastos pasados por agua de una semana en la que no hubo más alternativa que quedarse en casa o echarle valor y bajar al Pópulo donde la iniciativa no oficial fue la que estuvo abrigando al auténtico Carnaval. Fue débil. Le pasa a cualquiera.
Al fin y al cabo, usted es de aquí. Y todavía es capaz de tararear un pasodoble de Raza Mora si el cuerpo se lo pide. Pero lo superó enseguida, en cuanto vio el exorno de San Juan de Dios, en cuanto vio la fiesta de los mayores en la carpa, en cuanto vio los servicios portátiles instalados en la puerta de un colegio, en cuanto comprendió que a esta ciudad la lluvia –y algo más- la confunde.
Confiéselo. Está usted encantado con el cambio climático –si es que esto es un cambio climático y no un invierno como Dios manda-. Está usted encantado con este Carnaval pasado por agua. Y está usted encantando con que mañana el agua también estropee el viacrucis oficial -¡Oficial, le llaman!- de los cofrades y capillitas. Que ahora les toca a ellos.