Manuel Cotorruelo: «Es una fiesta que engancha»

Si quiero empezar por el principio, mi primer recuerdo de Carnaval (entonces, todavía “Fiestas Típicas”), quizá sea el desfile de la Cabalgata por el Campo del Sur y cómo quedábamos todos los primos en casa de nuestra abuela, para recoger sillas y reservar sitio con bastante tiempo de antelación a su paso.

El Carnaval siempre ha sido una fecha destacada y esperada en el calendario. Los preparativos y la elección del disfraz aportan los recuerdos y anécdotas más importantes en los primeros carnavales tras la infancia. En la adolescencia, salíamos los amigos con un motivo para todo el grupo que organizábamos con bastante tiempo de antelación. En esa época, un año fuimos representando el cortejo de un entierro, con cura, viuda, ataúd y muerto, bastante fúnebre, por cierto; y otro, de banda de gánsteres (eran los tiempos del coro “La Mafia”), desfilando dentro y fuera de un coche de madera, fabricado en el garaje con la dirección del querido Melquiades González Brizuela, entonces nuestro profesor de matemáticas. 

De los tiempos de universidad decidíamos el disfraz sobre la marcha, evidentemente ya no teníamos tanto tiempo para eso. Estudiaba en Sevilla, llegaba a Cádiz el viernes de Carnaval y sobre la marcha elegíamos de qué vestirnos. Uno de los momentos que más rememoramos en las reuniones familiares resulta de esa forma de elegir los disfraces. Mi amigo del alma, que sí estudiaba en su querida UCA y yo, con nuestras mujeres (entonces novias) teníamos entradas para el baile de gala (así se llamaba), y que se organizaba en el Falla. Exigía traje de fiesta para chicas y de corbata para  nosotros, o disfraz en su caso. Recién llegado del tren, mi amigo y yo fuimos a mi casa, desechamos la chaqueta y corbata y nos pusimos a decidir el disfraz para el baile que empezaba en menos de ¡¡4 horas!!. El resultado fue ir de “Hermanos Pinzones”, con una sábana blanca a modo de toga romana con pinzas de tender cosidas entre risas por mi madre a la carrera y una pinza grande de cartulina con la leyenda “Hermanos Pinzones”. Nos pareció una idea genial… hasta que llegaron nuestras dos acompañantes que nos bajaron de las nubes. Las dos muy elegantes, estrenando el traje de piconera que les habían hecho sus madres con todos sus abalorios, maquilladas…, a cuál más guapa. Sus caras cuando nos vieron no se me olvidan, y su reacción fue ir sin nosotros a la fiesta. Al final fuimos todos a la fiesta, terminamos sin sábana, en leotardo y jersey negro, sin pinzas y sin cartel explicativo y sin que nadie, nadie, pudiera adivinar de que íbamos vestidos.   

La siguiente época coincide con la de la chirigota “ilegal” que sacamos un grupo de parejas, familiares y amigos. El que ha salido en alguna agrupación descubre “otro Carnaval” que engancha y del que ya no se quiere prescindir. Salimos de “Presos” (qué original, ¿verdad?), de “Papas en Amarillo”, de “Portal de Belén”, y de “Pelotón Ciclista”. Ese último año yo estaba liado con la oposición, por tanto había ensayado muy poco. Las veces que salía estaba más pendiente de esconderme para que no me viera mi preparador que de cantar y tocar el bombo. Pero Cádiz es muy chico y una noche pasó lo que tenía que pasar… ¡que me “cogió”!. Imaginaros la conversación.

Actualmente sigo enrolado en las filas de las agrupaciones “ilegales” (es paradójico que un notario esté en algo ilegal, pero en Carnaval todo es posible) con el coro de Luis Frade donde espero continuar participando y disfrutando de esta fiesta única.