La habanera de los 20 años, vista por su autor
Aquella fría noche de viernes aparecieron sobre el tablao de San Antonio Antonio Burgos y Carlos Cano. Autor e intérprete de Las Habaneras de Cádiz habían dado forma a un himno inmortal de una ciudad que presume de inventarse diez nuevos cada año.
Fue un 12 de febrero de 1988 y, dos décadas después, aún sigue vivo el eco de sus palabras y la canción que les hizo inmortales ante sus nuevos paisanos.
El 19 de diciembre de 2000 murió el cantautor granadino. El escritor y articulista sevillano es el único de la pareja que puede desmentir, ahora, que 20 años no es nada y recordar un pregón que demostró –por sus autores y resonancia, que no por su contenido de riguroso aroma local– que el Carnaval había roto fronteras, para bien y para mal.
Al echar la vista atrás, Burgos recuerda ese momento de 1988 como una escala intermedia en su viaje por el Carnaval, que comenzó en la infancia y tuvo una intensa continuidad hasta el presente. «Hay carnavales de los que tengo más recuerdos que de aquel. Por ejemplo, del año de Los Julianes, del año de Los Gorilas, que fueron las primeras agrupaciones que escuché por la calle, cuando mi padre me llevaba en el tren el domingo del Carnaval aún en febrero. Quiero con ello decir que no fui un pregonero de ida y vuelta, de aquellos que llegaron, dieron su pregón, cobraron, y se largaron y si te vi, Cai, no me acuerdo».
Pese a su estrecha relación vital con las coplas, aquel febrero de hace 20 inviernos tuvo sus matices especiales: «El pregón es uno más entre millones de recuerdos del Carnaval. El recuerdo de un honor que me hizo Cádiz, y yo luego supe por qué: por haberle escrito un piropo en forma de letra de Las Habaneras de Cádiz. Pero esa letra, ese pregón, son el resultado de muchos años de Carnaval vivido, soñado, escuchado por la radio desde Sevilla, a la que los aficionados le debemos un homenaje. Es decir, que no soy de los que piensan, como tantos, que el Carnaval lo inventaron entre Canal Sur, El Yuyu y El Selu. Ese Carnaval mediático de ahora, metalizado, no me interesa. Ni pintar la mona en la Final. Me interesa oir a Cádiz en todas las coplas, desde la preselección… Y se lo dice quien, de la mano de su padre, escuchó en la Plaza, en una batea tirada por mulas salineras, un coro que se llamaba La Fantasía, que llevaba un tango que empezaba Gaditana, mi rosita temprana, a ver si sabe usted por qué Callejones de Cardoso de la memoria voy… Pero de aquel Carnaval recuerdo Los Combois da Pejeta, y el Quo Cadix de Quico Zamora, y recuerdo al Libi de cuartetero, y la Academia Guen Point de los Estate Quietos. Vamos, que si quiere usted, hasta le canto el tango de la mojá que cogieron Los Dedócratas en La Bombilla el Lunes de Carnaval… ¿Será por recordar?».
Por más que cantara Gardel, 20 años son bastantes para una tradición, cambiante como la sociedad que le rodea: «La fiesta para mí son las agrupaciones, las coplas, el teatro. No soy de los que entienden por Carnaval emborracharse y cogerle el culo a las pibas. Ese Carnaval mío ha cambiado en mucho. Por culpa de la televisión fundamentalmente, y de los divos de la tele. Y también hay que decirlo, gracias al aumento del nivel de vida. ¿Cuántos siglos hace que gracias a Dios no se ve por Cádiz la manga de café de un postulante pidiendo unas perras gordas después de cantar unos cuplés? El Carnaval ha cambiado exactamente igual que los tiempos que vivimos».
A disposición del Museo
De la ceremonia en sí, queda esa escena de Carlos Cano vestido de capitán marinero y de Burgos ataviado de indiano, los dos personajes fundamentales para escenificar Las Habaneras de Cádiz, la tonada transformada aquella noche en nombre de barco que daba sentido a todo: «Sí me planteé el pregón como una obra teatral, como una gran representación. En su libreto (que pueden ver en mi libro Discursos entre Sevilla y Cádiz, publicado por la Universidad de Sevilla) hasta hay acotaciones teatrales, vamos, como si fuera La viudita naviera… Antes ya se había hecho algo así. Por ejemplo, ya lo hizo Quintero, a quien le eché para su pregón no un cable, sino el Dique de Matagorda entero y pleno. Lo que sí me planteé el pregón fue como un homenaje a todas las modalidades del Carnaval, al coro, a la chirigota, a la comparsa y al cuarteto. Hubo un pasaje que hasta lo recitamos Carlos y servidor con las claves que por entonces usaban obligatoriamente los cuartetos. Aun tengo esas claves en la estantería de los recuerdos de mi escritorio y al igual que mi disfraz de armador de la goleta La Habanera de Cádiz están a disposición del Museo de Carnaval para cuando Cádiz guste mandar…». Un himno, dos artistas y veinte años bien merecen ese destino.