La chirigota del Selu se suma a la fiesta de Martínez Ares y Antonio Martín

No es fácil escribir la crónica de una noche para la historia en el Carnaval de Cádiz, porque los sentimientos, las sensaciones, se agolpan en la cabeza y en las manos. Probablemente no hayamos sido testigos de ningún pelotazo que vaya a quedar en los anales de la historia de la fiesta, pero varias certezas se han puesto sobre las tablas para imponer que las coplas son infinitas, que el talento en Cádiz es inagotable y que la la pasión no se divide, sino que se multiplica en el corazón de los amantes de esta bendita locura.

A priori era la noche de la comparsa, el día en que en que la modalidad debía confirmar que quienes la consideran la reina no van desencaminados. Y los comparsistas hicieron lo que tenían que hacer. Encandilar, impresionar, maravillar… Pero enamorar, lo que se dice enamorar, lo consiguió la chirigota. La chirigota con mayúsculas, la que hace reír con gestos y palabras, pero sobre todo con ideas geniales, la chirigota de Selu García Cossío. Lo bordaron de nuevo con un personaje perfectamente identificable, el del pesao, el ‘come oreja’, el que no tiene límite, el fiebre del Carnaval. Ellos y Juan, su inseparable compañero de este año dieron lo más parecido a un pelotazo que hemos podido ver hasta el momento. Hay que seguir escuchándolos, pero sobre todo viéndolos.

La noche la abrió el coro de Lucía Pardo, que convirtió el escenario del Falla en un cabaret. Sigue creciendo este coro, más femenino que nunca. Buenas voces y un repertorio entretenido, con contenido y muy visual. Confirman que su puesto en semifinales del año pasado no fue una casualidad.

Y tras ellas llegó el momento más esperado de la noche, el del regreso de Antonio Martínez Ares tras trece años de ausencia. Sin forillo, sin más adorno que unos disfraces de camaleón y unas voces espectaculares, el Niño volvió a hacer historia con el retorno más esperado por la afición. Gustó mucho, a pesar de que las expectativas eran enormes. Unanimidad respecto a la calidad de la presentación y el popurrí. Quizá el compás de los pasodobles dejó a algunos con una sensación extraña, aunque a buen seguro irán calando a medida que se escuchen, y seguro que eso pasará mucho.

Con el intermedio de lujo de la chirigota del Selu siguió la comparsa de Antonio Martín. Otro regreso, tras una ausencia mucho más breve, pero también muy esperado. Encantó el tipo de soldaditos de plomo. La musicalidad del repertorio resultó exquisita y la interpretación impecable. Precioso el pasodoble dedicado a Martínez Ares, a su vieja y nueva rivalidad. En el popurrí siguió cantando a los compañeros y rivales. Más sencilla quizá de lo habitual. Puedo que por eso se llevara a los puntos la primera batalla entre Antonios. Y acertó a lanzar una advertencia, quizá mientras se centran en pelear entre ellos lleguen otros comparsistas rondando a Cádiz y le roben el corazón.

No andaba el viejo coplero desencaminado, y Kike Remolino con el grupo que históricamente fue de Quiñones vino a confirmarlo en un apoteósico cierre de sesión. La comparsa remolinera está aquí de nuevo, con un nivel musical excepcional y unas letras que son puro sentimiento.

Antes, la joven agrupación de Iván Romero puso lo suyo para completar un póker de comparsas de tremendo nivel. Si el año pasado sorprendieron este año han confirmado que tienen un sello propio y de calidad, ni la ISO, ni la Q, ni nada de eso. El sello de calidad es el que marcan en el estómago de los aficionados con un pellizco que no se sabe de dónde viene, si de esa mezcla de verdades y humor o de esa juventud insultante que no tiene miedo a decir cuatro verdades. La gente los despidió en pie. El día que volvieron Martínez Ares y Martín. En pie.

Fue tanto lo regalado por el Carnaval anoche a los aficionados que habían pasado días, noches enteras, haciendo cola por estar aquí, que se perdonó con humor el desatino del cuarteto ‘Me tienen que matar’. Aceptable el pase de la comparsa de Algeciras ‘El asesino de comparsistas’ y entretenido el de la chirigota gaditana ‘Ojú que polvorón’.

Y así pasó a la historia el 15 de enero de 2016, donde el recuerdo a Paco Alba fue el aperitivo de lujo. Porque con Paco empezó todo. Y sin él, nada de lo que esta noche de viernes vimos hubiese pasado.