Julio pardo, el coro a varias voces

Vino a ser como el Bill Gates del coro carnavalesco: lo sacó del garaje y lo convirtió en industria con el microchip del éxito asegurado. El Gordo de Oro, le llamó con razón Antonio Burgos, como si fuera un brujo que conoce de sobra la receta de la pócima del pelotazo: un repertorio bienpensante pero con chispa y elegancia, una música sin fisuras y una afinación profesional.
Los orígenes de Julio Pardo hay que buscarlos en la transición democrática, en el revulsivo que supuso la aparición de Los Dedócratas, La Guillotina y Los Camaleones, o la vuelta a febrero, las ganas libertarias de ser Cádiz por sí, por Andalucía Libre, Iberia y la Humanidad. Por aquel entonces, le conocían como El Tuno –de Medicina, claro–, así que debutó con otros estudiantes de la Facultad a la grupa de Los Aspirinos en el año de la Constitución. Y tomó cuerpo definitivo en la fiesta, con Los Granaderos, hace justo 30 años, cuando Andalucía se plantó un 28-F. Con Los Taberneros del Puerto rozó la gloria en el año del cambio. Y en los dos siguientes –83 y 84–, se subió al podio para quedarse allí con La Tía Norica y Guacamayos y Lechuguinos.
Y no sólo forman parte de nuestra memoria sentimental los tipos, ganasen o no ganasen primeros premios –El callejón de los negros, La cueva de María Moco, El guateque, Garambainas y perendengues, cosas de Cai, Vamos a la ópera, Guanajaní, La tienda de la cabra, los sucesivos pelotazos El Coro, El Pregón, Buque Escuela, El tío de la tiza, El bohío, La prevención, La gaditana, Cumpleaños feliz o Por los bloques–, sino que la banda sonora de nuestra vida se ha dejado mecer con sus voces versátiles, con su sólida estructura melódica, con su saber decir el tango, con su saber estar en escena. Es un espectáculo depurado, pero no como el hilo musical frío que suena en la consulta de los dentistas, sino por una capacidad e intuición comercial  profesional envidiable que no sólo le ha permitido triunfar en el campo pasional y apasionado de los carnavales sino que ha constituido una oferta digna en otros ámbitos musicales. Como cuando sirvieron como insustituible escolta de Carlos Cano, o evocaron a Antonio Machín desde La Caleta y volvieron a compartir con Lucrecia una ración de Cuba. 
Él es músico capaz incluso de componer marchas de Semana Santa, pero que ha contado desde que se redescubrieron mutuamente en 1992 , con la complicidad literaria de Antonio Rivas. Ahora, llevan tres años intratables, como el Barça, tras los primeros premios de El mejor coro del mundo, El coro de la Catedral y Cuando yo me pele. Los jóvenes no sólo le veneran como un maestro sino que le temen como un adversario imbatible.
No es un coro a dos voces, como el célebre libro de Fernando Quiñones. Sino a muchas. Incluyendo esa cuarta pared que es el público y que siempre ha permanecido fiel a sus tangos. Como Julio Pardo sigue siendo fiel a sus principios: el mejor certificado de calidad Aenor para esto del Carnaval, o para saber estar.