El Selu, apuntes del natural

José Luis García Cossío tiene nombre de enciclopedia taurina pero en realidad es un pintor impresionista que cada año nos regala un apunte del natural sobre la vida misma. Si hubiera sido cineasta, habría alcanzado las cimas del neorrealismo: su chirigota y él se convirtieron en los mejores ladrones de bicicletas de la buena uva cuando se emborracharon para conmemorar el Quinto Centenario.

Pregonero del Carnaval de 2010, El Selu –el alias con el que aparece en los carteles de «Se Busca» en youtube–lleva dieciocho años pregonando a esas especies en vías de extinción que siguen almacenadas en el imaginario de una ciudad que ya no es. Su repertorio constituye un nodo sentimental, un celuloide de coplas hermosamente rancio, que guarda todavía un delicado olor a zotal en función doble, un entrañable sabor a mercería, una fotografía ocre como las del colegio.

Apañao, apañao como los titis, más rico en experiencia que en caudales pero a sabiendas de que quienes ganan el pan con el sudor del de enfrente iban a meternos en esta puñetera cuaresma a la que llamamos recesión. John Galliano daría un peñón por haber diseñado el yersi de Los Lacios, pero quizá el personaje más logrado de su repertorio fuese el de Los Enteraos, esos sabihondos que hablan como si estuvieran en una tertulia de radio.

A pesar de que el jurado oficial del Falla le degradase en el palmarés final, hasta los vencedores, los honestos Tijeritas, reconocían en público aquella evidente supremacía del pito y la caja, del tipo y la caña, que encarnaban los del Selu. Ya el año anterior, la oficialidad le había dado con la puerta de la final en las narices, cuando encarnaban a los separaos del To pa ella, con un estribillo que quizá hubiera podido ser admitido como enmienda transaccional en la redacción definitiva de la Ley de Igualdad: «Mi mujer se quiere ir/ con un tío que tiene dinerito/tiene pisos/tiene un mercedes/tiene negocios/tiene chaleres/ y yo le dicho vete con él si quieres/pero yo me voy con ustedes».

Claro que hubo horas bajas, pero mantuvieron su excelencia en Los Porculines, El Que Vale, Vale, Las que cosen para la calle y, sobre todo, con Lo que diga mi mujer y Las Marujas, seguramente un homenaje encubierto al chochonismo ilustrado de Los Costus. Que, por cierto, a ver si aparece el puñetero cuadro que ha extraviado el Ayuntamiento.

Alguna vez, todos hemos sido un personaje del Selu. O conocemos a algún amigo, algún pariente, alguna piba que lo fue o que lo será. Ese es su mayor acierto: como Valle Inclán, su ingenio también conduce a los espejos cóncavos del Callejón del Gato, en donde carcajearnos de nuestro propio esperpento.

Guionista inevitable de cierta televisión que quiere hacer reír sin que su ridículo nos de risa. O de espectáculos valientes como aquel ‘Cádiz’ tan controvertido. Pero El Selu siempre vuelve a casa, que es esa patria profunda a la que llamamos chirigota. Su cometido este año como pregonero es una redundancia: como Humprey Bogart, como Julio Iglesias y como Adrian Brody en los anuncios de White Label, él no interpreta nunca. El Selu es, simple y llanamente, esa rara emoción pecaminosa a la que todavía algunos llaman Carnaval.