Autómatas con un cuarto de siglo a las espaldas

El Carnaval de Cádiz ha sido siempre un lienzo en el que los autores han ido reflejando a través de coplasy disfraces la realidad que les rodea dejando un testimonio para las generaciones futuras. A medida que la ciudad iba perdiendo el aislamiento cultural de la dictadura, la contaminación estética, a través del cine y la literatura, abrió un abanico de posibilidades temáticas que enriquecieron la fiesta. A principios de los 80, impulsados por la apertura social y cultural que propició el asentamiento de la democracia, los tipos fueron adquiriendo una sofisticación hasta entonces desconocida. Junto a la alegoría de los Simios como uno de los grandes éxitos en 1980, Robots, tres años más tarde, supuso el despegue de los disfraces vanguardistas y las corrientes fantásticas a las que hoy estamos tan acostumbrados, pero revolucionarias en la época.
La idea surgió de un artículo de Bartolomé Llompart que apareció en la prensa el año anterior en la que el periodista gaditano «hablaba de que desgraciadamente las máquinas iban a sustituir al hombre y los autómatas harían las funciones de éste».
Lo revolucionario del tipo incluso le costó a Joaquín Quiñones y Aurelio del Real, padres de aquella criatura androide, cinco bajas en la agrupación. Y es que el cambio tan brusco que suponía en la temática la nueva idea, rompiendo con el tipo mitológico del año anterior con Dioses del Olimpo, no fue fácil de digerir para algunos de los componentes que abandonaron el grupo. «Cuando en el mes de julio reuní a la comparsa y les propuse la idea de llevar al Falla el personaje de Robots, muchos se sorprendieron  por lo moderno e incluso cinco se negaron», recuerda Quiñones.
El grupo estuvo a punto de deshacerse pero finalmente se realizaron nuevas incorporaciones que suplieron los huecos de los menos arriesgados en el tipo. Entre ellos, José Luis Mejías, que hoy es uno de los dos únicos que perduran en el grupo de Quiñones junto con Antonio Cantos Osorio ‘Caracol’. 
A pesar de la disconformidad entre los componentes, Joaquín decidió continuar con la idea para el repertorio ya que «pensaba que se le podía sacar punta». Como dijera aquel los tiempos estaban cambiando y los disfraces, hasta aquel entonces diseñados con más ingenio que refinamiento, abandonaron el costumbrismo del pasado y daban paso a las nuevas fantasías de gran colorido.
Representando lo que sería el hombre del futuro con la incorporación de la máquina a la industria, se presentaron ante el público con un mono plastificado dotado de un panel eléctrico, polainas, zancos y un casco. La cuidada puesta en escena y la habilidad para meterse en el tipo encandilaron al público aunque tuvieron dificultades para confeccionar el vestuario. Quiñones todavía guarda en su memoria los quebraderos de cabeza porque las telas no llegaban a tiempo. «Algunas de ellas las tuvimos que mandar a pedir a Alemania e incluso Pepi Mayo tuvo que desplazarse hasta el aeropuerto pocos días antes del empiezo del concurso para recogerlas».
A todos esos imprevistos con el tipo, se le unieron problemas de última hora con los circuitos eléctricos que llevaban dentro de los trajes para encender las luces de los corozones y los paneles del pecho, que se iluminaban al hacer contacto con los dedos. «Por aquel entonces no eras las empresas las que montaban el atrezzo y José Antonio de las Cuevas, componente de la agrupación, que trabajaba en la electricidad, se encargó de toda la complejidad de los cables, cortados en trozos muy pequeños, que iban dentro de la ropa, y de los interruptores», explica Quiñones.
Reincorporando la coreografía al popurrí, la perfección que llevaban en el tipo y  la mímica hacían que ejecutarán el repertorio como auténticos androides con movimientos robotizados. Una de las mayores dificultades con las que se encontró la agrupación era el tener que controlar las manos a la hora de cantar para estar en consonancia con el tipo. Un hándicap que llevó como esfuerzo «una media hora más cada día de la habitual en los ensayos para adecuarse al tipo de robot». Una interpretación que los más tradicionales pudieron pensar que se apartaba de las líneas clásicas de la comparsa, pero «que sonaba cien por cien a Cádiz».
El conseguido tipo se conjugaba con una increíble puesta en escena, revolucionaria para la época. Acompañados de un panel luminoso en el que iban apareciendo las palabras presentación, pasodoble, cuplé y popurrí conforme los iban interpretando, se utilizaron en su montaje cerca de 4.000 metros de cable, más de 300 bombillas de colores y 200 interruptores. Eduardo Delgado, autor del montaje eléctrico, lo realizó en un tiempo récord, día y medio, aunque los días que actuaban en el Falla estuvieron «por la mañana más de tres horas con el personal de la tramoya para organizarlo todo y que no fallase nada». Su autor de letra todavía recuerda el presupuesto, que superó las 500.000 pesetas. «Nos costó un dineral, menos mal que las 300 bombillas de colores del panel las pudimos devolver, gracias a Eduardo Delgado, ya que sólo tenían el uso del teatro y nos abonó la cantidad correspondiente».
Haciendo claras alusiones a lo largo del repertorio al Yo, Robot, de Asimov,  a pesar de su calidad quedaron en segundo lugar tras Agua Clara de Antonio Martín. La coincidencia de ambas propició una de las finales más competidas en la modalidad que se recuerdan.
Con aquel grupo, Quiñones se encumbraba como la posible alternativa a Martín, todopoderoso en la fiesta. Era la nueva opción de la comparsa, con un estilo también clásico, pero mucho más arriesgado que el de la calle San Vicente, con un tipo muy  trabajado y original y un joven grupo que apuntaba a lo más alto. «En aquel grupo había mucha gente joven. Fue una especie de transición en la comparsa», subraya Aurelio del Real, autor de la música.
De hecho, Robots fue el verdadero boom de aquel Carnaval. Quiñones señala como «fue la agrupación con la que más actuó con más de  cien contratos recorriendo las ocho provincias de Andalucía y yendo cuatro veces a Ceuta».  Por su parte, Aurelio del Real conserva en su memoria su pase por semifinales cuando «la respuesta del público fue similar al año de Capricho Andaluz, diez años antes. La respuesta fue unánime y todo el patio de butacas se puso en pie tras la actuación». Una comparsa especial para Aurelio ya que su hija salía bailando como un auténtico robot durante la presentación.
El año de Robots eran los comienzos de las cámaras de TVE dando cobertura a la final durante tres horas para toda Andalucía. «Tuvimos la suerte de que nos coincidió en ese tramo horario con lo cual la difusión de la comparsa fue mayor», apunta Aurelio.
Además del sofisticado tipo y la gran puesta en escena, de Robots han quedado para el recuerdo letras memorables como Con un saludo a los de El Puerto, en la que hacía una crítica a la ausencia del grupo de Los Majaras ese año en el concurso como desagravio tras el cajonazo del año anterior con Del Puerto a Cai.  Pero para Joaquín Quiñones, el pasodoble a la Gitanilla del Carmelo, fallecida poco antes del inicio del concurso, es especial. «Fue el segundo pasodoble y se lo escribí por el mes de octubre. Tenía amistad con ella por ser del barrio del Mentidero y recuerdo como de pequeño nos cosía desinteresadamente los banderines del equipo de fútbol. Su muerte nos cogió de sorpresa y nos entristeció mucho pero decidimos mantenerlo como al principio