Autocensura

Entre el año 48, que se podría contar como el primero de las Fiestas
Típicas y Folclóricas Gaditanas y el 77, que fue el último porque ya
volvió a llamarse Carnaval y desapareció la Censura, los autores tenían
que ingeniárselas para bordear los temas sin despertar sospechas. En
realidad, los temas más perseguidos siempre fueron los derivados del
sexo, puesto que era el Nacionalcatolicismo quien manejaba el lápiz
rojo. Los temas políticos no estaban tan perseguidos, pero es fácil
entender que nadie quisiera que lo señalaran como «rojo» después de
haber estado varios años viendo cómo funcionaba el paredón y el «tiro
de gracia». Es decir que, justificadísimamente, lo que funcionaba era
autocensura derivada del miedo. Estoy seguro de que si a Fletilla,
Cañamaque o a «Agüillo» les hubieran dicho que podían escribir de lo
que quisieran y sin censura, hubieran escrito lo mismo porque no se
hubieran fiado de esa caterva de sayones de gatillo fácil y balas
regaladas, que gobernaban ese territorio comanche que ellos llamaban
Patria con acento en la «p» y labios apretados.

Hoy, aunque suene a tópico, con la Libertad de Expresión por
bandera y la Censura Oficial desaparecida, se sigue aplicando la
autocensura y se escriben las mismas cosas que en los años 50, 60 y 70;
con una diferencia: hemos copiado los vicios de todos los programas
basura de la TV con su lenguaje chabacano y soez; y si Cádiz alguna vez
fue maestra de la ironía, lo ha dejado de ser voluntariamente para
convertirse en un baratillo ordinario que sólo hace reír a
barriobajeros.

En cuanto a los problemas de la clase obrera y los temas sociales
que tanto interesaron a los autores de pre guerra, los hemos cambiado
por coplas a las enfermedades de los familiares cercanos, a las madres
con Alzheimer, a las rencillas del concurso, a los que triunfan «a
costa del Carnaval», a lo que representa la Viña para el carnavalero y
cuatro cosas más. Es decir, lo que más se aplaude. Nos da miedo nadar
contra corriente; no nos damos cuenta de que los que cogemos la pluma
para expresar nuestros pensamientos y sentimientos, estamos obligados a
trasplantárselos al público que nos presta el oído y a crear una
corriente de opinión. Si creamos el famoso círculo vicioso (yo escribo
lo que más me aplauden, ustedes me aplauden lo que yo más les escribo),
no salimos nunca de él y no avanzamos. Ya se sabe que hay letras
«concursísticas» y letras que no lo son; pero deberíamos ser sinceros y
escribir más a lo que se siente; no mentir a sabiendas de que se está
haciendo y no utilizar tanto la demagogia.

Hacer un repertorio con esas premisas quizá no dé premios a corto
plazo, pero, además de la satisfacción personal de haber sido sincero
consigo mismo, va uno creándose un círculo de aficionados que te van
dando prestigio.

Mañana será otro día.