Faly pastrana, al pie del cañón

Como en uno de aquellos galeones piratas desarbolados por un virrey corrupto, Faly Pastrana resiste como Errol Flynn al pie del cañón

Por  12:09 h.

Como en uno de aquellos galeones piratas desarbolados por un virrey corrupto, Faly Pastrana resiste como Errol Flynn al pie del cañón, esto es, al pie de su coro, que en principio este año iba a llamarse Los malajes y terminó siendo Los tangueros. Podría haberse quedado en puerto como su contramaestre Kiko Zamora, su músico de guardia durante tantos años, que sigue al pie de El Cañón, pero que, en este caso, es el nombre del bar que ahora regenta a la falda de San Agustín. O, sencillamente, habérsele caído la baba con su hijo Rafael, metido a comparsista este año; comparsista, si, como él mismo lo fue, desde aquel Tatuaje del año 84, al Tirititrén, de hace cuatro años, pasando por Los carboneros, Los coristas o El cajonazo.
 Tenía hambre de Paco Alba y de Antonio Martín, pero se quedó a vivir en el coro, por militancia: «La modalidad que más me gusta es la comparsa, pero estoy convencido de que el coro es la esencia de la fiesta gaditana, y por eso defendemos tanto el tango desde mi agrupación», suele explicar a quien quiera escucharle.
Así que este año decidió inflar velas y hacerse a la mar rindiéndole homenaje desde el tango gaditano al tango argentino, algo que en el pasado ya hiciera con pésima fortuna el coro Malevaje, de Algeciras. Ser argentino en el Carnaval de Cádiz es un clásico –de hecho, este año también milita en dicho subgénero la comparsa Boludos–, como lo es el tipo de payaso, el de chino, el de moro o el de muñeco de peluche.
Y si Carlos Cano decía que el tango era como el single de un fado de vinilo a 33 revoluciones, Faly Pastrana pareciera quedar sacudirse con esa milonga la vieja saudade de los compañeros caídos en acto de servicio por el carnaval: Selu Monzón hace un año y Manuel Cabaña, como un relámpago, en víspera de Reyes.
La dirección la pone sobre el papel José M. Pedrosa, pero hay mucha impronta de Pastrana en ese repertorio que rinde obligado homenaje a Chano Lobato, con una música envidiable y unas letras contundentes, bajo el paraguas de un popurrit certero.
Ahora que Kid Betún se ha retirado del ring y de limpiabotas, Faly Pastrana también podría pasar en la gran pantalla como uno de esos boxeadores que saben que pelear es menos duro que la caída y que reclaman, en solitario y sin Morgan Freeman entrenándoles en el rincón, la revancha por tanto segundo premio, por mucho que a menudo le hayan respirado en la nuca, él y los suyos, a la escuadra habitualmente invencible de Julio Pardo y de Antonio Rivas.
Quizá este año sea su año, probablemente se diga cuando repasa en el armario los trajes de Los Cañamaque y de La Orquesta Cádiz. El lo sabe. Pero también sabe que el siglo XXI sigue siendo un cambalache y que el día que, por fin, le quiera el jurado, la rosa que engalana se vestirá de fiesta con su mejor color. Sea como sea, aunque sea bajo el burlón mirar de las estrellas indiferentes, él volverá. Al centenario Gran Teatro Falla, desde luego. Pero sobre todo y a bordo de su batea a la vieja calle donde el eco dijo: «Tuya es su vida, tuyo es su querer».