OPINIÓN

LOS QUE VINIERON DEL MÁS ALLÁ

Por  11:19 h.

 

Érase una ciudad que tenía una fiesta que le gustaba bastante a la gente. Érase una tradición centenaria, de ida y vuelta por el Atlántico y el Mediterráneo, mestiza pero pequeña, clandestina, irreverente, familiar, de barrio.

Entre los nuevos tiempos, la expansión de los viajes entre gente joven, entre la tele, la literatura, y la perseverancia en la afición de muchos de sus protagonistas, creció y creció. Atrajo a gente de otras ciudades, que la hicieron más grande, aunque la modificaran. Creció, con las ventajas y los inconvenientes que eso tiene.

A empujones, tuvo que ir organizándose. Aunque la previsión y las normas van contra su esencia repentista e improvisadora, una parte, la que se convertía en espectáculo sin querer, necesitaba horarios y reglas. En esas estaba, inventando disciplinas, por el sistema de prueba y error, cuando dio con un remedio para acabar con las colas y los incidentes (¿recuerdan las carreras en Varela?) que causaba la venta de entradas.

Sin embargo, los puristas, esa casta excluyente que controla cada actividad humana, los que dicen velar por no sé qué esencias tradicionales (como si eso no fuera una cosa que siempre está cambiando), defienden que la organización de venta de entradas mata el ambiente. Que llega gente de «fuera», algo que primero halagó y se supone que interesa turísticamente, pero de repente molesta.

Y dicen que todos esos seres extraños venidos de otros mundos como Sanlúcar, Utrera o Teruel aplauden cualquier cosa y que se lo están cargando. Que no eligen bien lo que debe gustarles, ni qué decir, cómo vitorear. Dicen los entendidos en la copla organizada que está muy mal eso de vender entradas solo por internet, dándole las mismas oportunidades a todos, al margen de su edad, de que trabajen, del horario que tengan, sin noches al raso ni discusiones vergonzantes, sin influir dónde vivan y dónde hayan nacido.