EL MAESTRO LIENDRE

Las letras del año

Por  1:32 h.

Cuesta elegir dos letras entre tantas que se escuchan en el Falla. Pero de todas, sólo hay dos que me impresionaron. El jueves. Esas letras fueron la ‘o’ y la ‘h’. No las pronunció un grupo. Fue el público. En ese vestigio de corral de comedias que es el Concurso, los espectadores se sienten en la obligación de participar, de expresarse, vitorear o zaherir, según. Dicen muchas cosas. De alusiones personales a cánticos repulsivos como «campeones, campeones» que resaltan con precisión lo peor del juego: lo competitivo. Otros buscamos otra cosa. Nos dan igual puntos, clasificaciones, presuntos honores de un puesto, pueriles tristezas por obtener otro. Buscamos momentos, ratos. Pueden ser dos cuplés en una esquina o una ocurrencia entre una callejera y su efímero público. Pueden formar una rumba, o estar en una salida de un intérprete entre coplas. Puede durar un segundo, o 180. Pueden no aparecer un invierno y amontonarse al siguiente. El pasado jueves, pasó, hubo uno. Duró nada, décimas. Actuaba la chirigota de Selu. Me da igual si este año gana o le aplasta su precedente (a Padilla y Manolo los aprecio todo el año triunfen más o menos aunque me alegran sus alegrías, claro). Sin embargo, me pareció ver, oír, un prodigio. Su capacidad para convertir la memoria cotidiana colectiva en personaje ya está muy dicha y aplaudida. La virguería es anual: un calzonazos, un listo de barra, un hortera de playa, un tajarina de libro… Todos creemos recordar a quien encaja inmediatamente sin que abra la boca. Cuando apareció esa suegra marcial y venenosa, sola y dolida, con galones y canana, paletas y colmillos, todos la reconocimos y la temimos. Tanto, que en una cuarteta del popurrí, cuando esa madre posesiva contaba que su hijo, un día, se atrevió a decirle que la tortilla de su mujer (la nuera y mártir María José) le gustaba más que la suya (la de mamá), el público no se rió. No aplaudió. Al entender lo que se venía encima, gritó al unísono, aterrado: «¡Oh!». Del mismo modo que la grada lamenta una lesión salvaje. Igual que los niños avisan con pavor al títere de que viene el lobo. Igual que lamenta el público ese golpe que recibe el bueno en el momento cumbre de la película. Imposible encontrar prueba mayor de complicidad y conexión, de comunión con un personaje y una idea. Me pareció un asombro. Ese «¡Oh!» tiene para mí las dos letras del año. Son fáciles de aprender. No tanto de provocar.