¿En serio?

Por  13:02 h.
¿En serio?

Tenemos que disfrutar y “lo demás vendrá solo”. «Ahora ya nos respetan. Nos lo hemos ganado». «Nuestros abogados ya estudian las posibles alegaciones a la sanción». «El objetivo es superar el rendimiento que dimos el pasado año». «Es posible que algunos no estén de acuerdo con nuestra propuesta, es arriesgada, pero hemos decidido defenderla porque creemos en ella y vamos a morir con esa idea». «Era del pueblo y se lo hemos devuelto al pueblo». «Si no vengo a verte, me muero». «Todos los estilos son respetables, sólo hay obras buenas y malas, no hay estilos mejores y peores». «Ha sido un golpe de estado, nos han puesto el reglamento en la nuca como una pistola». «Esto es una mafia que controlan tres o cuatro en su beneficio». «Tengo que pensarme si el sacrificio de mi familia merece la pena». «Es mi religión».

Todas estas frases se han pronunciado y se han podido escuchar ya en este Concurso y en los anteriores. En el de Carnaval, claro. En el escenario, en los repertorios o en la «zona mixta» (carcajadas) en la que los intérpretes y autores atienden a los pérfidos medios de comunicación, ávidos de sus primeras impresiones tras actuar.

A menudo, esas palabras me cogen de camino a casa, en coche y no dejan de sorprenderme. Ya cuesta entender la competitividad. Repele. Pero la solemnidad –el hábito de tomarse en serio a uno mismo y sus aficiones– ya me provoca desternille grado 3 ¿cómo es posible hablar de un juego como si fuera un acontecimiento, como si fuese un reto vital, intelectual, como si se tratara de un trascendente movimiento social? ¿nadie duda de sí mismo y de lo suyo? ¿nadie se plantea que igual no es para tanto, que igual es por quitarse un rato de casa? Ya sé que todo juego debe ser elevado –mediante la exageración– a la categoría de arte, pasión y preocupación para mayor disfrute. Pero creerse ese autoembuste es grave. Ya sé que hay muchos que se juegan un sobresueldo, incluso el sueldo sin el sobre. Ya, ya, tradición, historia, lo sé. Pero me da risa escucharles hablar como Atticus Finch en ‘Matar a un ruiseñor’, como directores de orquesta, como deportistas profesionales, pintores o parlamentarios. Dentro de nada se les escapará un «este año, nuestra apuesta decidida es la final» o «la hoja de ruta de nuestro cuarteto sólo contempla las semifinales». Entonces, habrá llegado el momento de partirse del todo el pito. De caña.