EL CIGARRITO

El insondable misterio de los tangas voladores y el asfixiante olor a incienso

Por  3:02 h.

 

Un matrimonio metido en años, que cada noche se deja ver en el Falla, comentaba por la calle Ancha que San Antonio ejerce de invisible cuenta atrás para la fiesta de verdad. «Cada noche está más alto el escenario de la plaza. Ya es como un edificio de tres plantas. Eso quiere decir que falta poquito. Cuando veas los bafles puestos… Es que ya». Caminito de Zaragoza, Benjumeda y a su templo colorado, se encontraron con uno de los nuevos fenómenos del Carnaval que ha explotado este año con una dimensiones que casi nadie recuerda. No es nuevo, la comparsa de Martínez Ares lo vivió con intensidad durante los años 90, pero ha reaparecido, recrudecido.

Lencería pesada

La prueba está en la puerta lateral del Teatro, la más cercana a la calle Sacramento. El ambiente de seguidores ya no está en la salida posterior. Se ha mudado. Cada noche, una treintena de aficionados (mayoritariamente entre 14 y 20 años, con ligera preponderancia femenina) espera a los comparsistas, sobre todo, para pedir firmas y fotos. Se han visto escenas de chicas realmente nerviosas ante la salidad de un integrante cualquiera. «Yo no lo había visto nunca. Cada noche 50 criaturas aquí. El otro día, cuando salió la comparsa de Bienvenido, tiraron un tanga que me dio en la cabeza», el testimonio es de uno de los trabajadores de seguridad. Anoche, eran los Carapapa de Subiela los que formaban el taco.

¡Aroma cofrade!

Para invertir el orden previsible del Carnaval, parece que la pasión está fuera y el recogimiento, dentro. Por irónico que parezca, el olor a incienso era casi irrespirable anoche en el Falla. Los responsables, como del religioso repique de campanas, fueron los santos de Gálvez. Después de que cantaran los dos pasodobles, el aroma se tornó de canela.