EL CIGARRITO

¿Cómo hay que decirle a esas criaturas que la fiesta empieza el sábado?

Por  10:53 h.

Una noche larga. La que más. Doce grupos, dos descansos. Mucho tiempo para salir y entrar, para fumar, para charlar… Pero con comentarios distintos, festivos. «Hay que ver lo bonito que está el teatro». «Pues yo pensaba que era más grande». Expresiones de inocencia, de la mirada limpia del que ve por primera vez. Y los alrededores del Teatro Falla, abarrotados. Salir a tomar algo, siquiera nicotina, era una aventura. Varios cientos (¿miles?) de personas pasaron la noche alrededor del coliseo neomudéjar y colorado, disfrazados, bebiendo, tratando de cantar y saltar, curioseando. Eran los miembros de ese extraño y creciente grupo de los visitanes despistados. Los medios lo repiten constantemente pero se explican mal o nadie les atiende. Por más que se dice que la fiesta en la calle no empieza hasta el sábado por la noche, la tribu de los desorientados es cada vez mayor. A las diez ya había un grupo de ‘novias’ en la plaza Fragela, vaso en mano. Luego, curas, jugadores de rugby, duendes… Un catálogo de manidos disfraces de emergencia fuera de lugar. Todos amontonados ante las puertas para ver algo parecido al de ambiente. Por más que se les dice…

Omnipresente Pardo
Más allá de las caras conocidas, Julio Pardo fue el protagonista de la noche. Recibió homenajes desde las tablas (especialmente llamativo el de Remolino) y estuvo en todos los comentarios por llamar «tontos» y «mentecatos» a los miembros del Jurado. La mayoría de los corrillos le afeaba su reacción ante el primer revés tras 22 finales seguidas en las que nunca se quejó.

Ya no hay churros
Finalmente, la sangre del horario no llegó al río del amanecer. Poco después de las cinco, todo listo. Lejos quedan aquellas finales en las que se salía del Falla con luz solar al olor de los churros de La Marina. ¿Nostalgia o alivio?