Carnaval de Cádiz

Sin ti no soy nada

Desde aquellos humildes sombreros de ala ancha de “Los Pajeros” de Paco Alba, las ilustres cabezas de nuestros poetas han ido volcando esos cajones llenos de cachivaches

Por  21:19 h.

El origen del sombrero se pierde en la noche de los tiempos. Ya los faraones egipcios cubrían sus cabezas con el “Nemes”, un tocado de tela que se fijaba en la frente mediante una diadema adornada con alguna deidad; también se ataviaban con distintas coronas, complementos rituales y simbólicos que les conferían distinción y poder.

 

Con el paso de los siglos se ha mantenido su uso distintivo en diversas profesiones; el estético, por supuesto, y también el meramente funcional para protegerse del frío, el sol o la lluvia. Poco a poco el sombrero gaditano se iba perdiendo y era una pena, restringiéndose solamente a ceremonias o actos especiales. El artesano sombrerero ya tenía decidido cambiar su negocio por una freiduría cuando, sorpresivamente, la comparsa gaditana irrumpió con tal fuerza que el sector del sombrero debe ser hoy por hoy la auténtica locomotora económica de la Bahía.

 

Cádiz está llenito ahora de poetas tocados, además de con el don de la palabra, con un hermoso y gaditanísimo sombrero, mascota o gorra gatsby. Y sus comparsas no lo están menos. Desde aquellos humildes sombreros de ala ancha de “Los Pajeros” de Paco Alba, las ilustres cabezas de nuestros poetas han ido volcando esos cajones llenos de cachivaches que todos tenemos por casa, en lo alto de una chistera. Con la original caracola de “Quince Piedras”, o la hermosa nao de paja de “La Mar de Coplas” con la que cubrían sus cabezas las comparsas de Villegas y Martín respectivamente, se abrió la veda al sombrero más “alegóricostrafalario” que la mente humana pueda imaginar.

 

El pasado año en “Ley de Vida”, la comparsa se despojó de su sombrero al cantar el pasodoble de la despedida de su autor. El propio Antonio Martín días después lo hacía en su homenaje, dejándolo caer a las tablas. Un acto cargado de simbolismo.

 

Cuando el sombrero tiene al menos un concepto original y un desarrollo creativo, se agradece; cuando no, a menudo lo que provoca es risa. A los primeros pertenece el brillante diseño y ejecución —entre corona y gorro de bufón— de “El Perro Andalú”… pero Antonio, patipamí, ¿no te has dado cuenta que tiene toda la hechura de un pulpo cocío?