Carnaval

EL SÁBADO DE CARNAVAL VUELVE A SER MASIVO

El botellón se hace fuerte en la plaza de la Catedral y comienza antes que en años anteriores

Por  0:42 h.

Desenfreno, buen humor y mejor ambiente, música, tejidos de todos los colores, ganas de fiesta, superhéroes y princesas, pitufos y piratas, pelucas, mucho pescaíto frito, mucho moscatel de Chiclana, pero también mucho ron, mucho whisky y muy poca vergüenza. También hay muy pocos aparcamientos… y muy pocos autobuses. En resumen, ya es Carnaval y la ciudad volvió ayer a vivir su primer día grande como suele: de manera atropellada, intensa, a veces desbordante y sobre todo, desbordada de gente, de coches, de alcohol y (ojalá) de dinero para el turismo.

La jornada se despertó con una sorpresa: de lluvia, nada. Hacía una temperatura buena (17º Celsius de máxima) y el cielo parecía despejado. La mañana gaditana aún no era joven. Más bien de mediana edad, como la gente que paseaba y se desayunaba haciendo moviola de la Gran Final. Sin duda, el resultado del Concurso era el tema principal de debate en las cafeterías. Al mediodía, el casco histórico se animaba con turistas que aprovechaban la fiesta para visitar con tranquilidad plazas y monumentos que el resto del día estarían tomadas por la marabunta de disfraces y el botellón.

Primeras horas, para turismo

Carmen Rubio, Paloma Pérez, Ángela Mestanza y Reyes López, cuatro son amigas, de Madrid y miembros de un club de lectura, era un buen ejemplo de ellos: con su mapa en la mano rastreaban por la mañana las huellas del Doce por la calle San Francisco, convertida en un riachuelo de gente. Las cuatro se llevaron un chasco al ver que el Oratorio de San Felipe sigue cerrado. De la hospedería de Las Cortes de Cádiz, en la misma calle, se lanzaban a la calle Santiago Calviño y Elena Pérez, una pareja de Santiago de Compostela que poco a poco van aprendiendo las claves del Carnaval gaditano. «Aquí la gente se disfraza para lucirse, en Galicia lo hace por el cachondeo», dicen. ¡ Ay! ¡Cuánto les queda por aprender! Aún no han oído hablar del disfraz de «mamarracho» gaditano.

A la hora de comer, la mayoría de los que recorrían las calles seguían siendo familias y niños disfrazados, aunque algunos jóvenes comenzaron a aparecer preparados para pasar horas de fiesta. El lleno en los bares y restaurantes sorprendía a los propios hosteleros. Pilar Rivera, del Bodegón Riojano de la calle Pelota alucinaba: «No es normal la de gente que hay este año, es exagerado, supongo que será por el tiempo. La mayoría de los clientes viene de fuera y pide sobre todo pescado». De hecho, las chicas del club de lectura, se marcaron como objetivo el cazón en adobo.

Ambiente en Segunda Aguada

A un par de kilómetros de allí, en el carrusel de coros de Segunda Aguada, el bullicio superaba también al ambiente que hubo hace un año. Aunque la crisis agudiza el ingenio: entre, barras de bares y vendedores ambulantes de erizos, había incluso grupos de amigos con sus propias mesas de ‘camping’ llenas de comida. Inma Rivas, Elena de Antonio, Claudia Hero, Leticia López se apañaban con bocadillos, mientras hacían planes para el día: «Empezamos aquí la fiesta, luego escucharemos a la Niña Pastori en el pregón, y después nos iremos, porque preferimos disfrutar el domingo de coros».

A las tres, media decena de autobuses turísticos entraban en fila india por el puente Carranza, como preludio de todos los que vendrían después (un total de 300 por la noche). El acceso en coche a la ciudad apenas se resintió, pero aparcar en La Laguna era ya una proeza. Además, la huelga de Tranvías empezó a hacer mella y las paradas de autobuses se atestaron de gente que se dirigía al centro. Muchos, aburridos, acabaron haciendo el camino andando. Los taxistas, si en esta fecha suelen hacer el agosto, salieron beneficiados de la reducción de transporte público. «Lo que espero es que no sea una jornada agobiante y la gente no se pelee por un taxi», afirmaba el taxista Antonio Lima.

Cádiz se transforma

Alrededor de las cinco, la ciudad comenzó a trasformarse, a colapsarse y a alcoholizarse. Sin duda, cada vez lo hace más temprano. Por la Cuesta de los Calesas bajaba un río de disfraces, pero también de bolsas con botellas de alcohol. Y la estación de Renfe mostraba ya síntomas de masificación. En la plaza de la Catedral, algunos estoicos aguantaban sentados en las terrazas con sus cafés, mientras contemplaban cómo su alrededor era tomado poco a poco por el botellón con gente de Cádiz, de otros pueblos, de otras provincias y de otros países. Enrico Dilauro (21 años), por ejemplo, es brasileño y llegó con unos amigos cubanos desde Sevilla, ataviado con pelucas y gafas de sol: «Ahora iremos un ratito a la playa y luego haremos botellón», explicaba.

Los disfraces y los jóvenes tomaron el centro a media tarde. Los clásicos, no fallan: el de pirata, de superhéroe… Pero sorprendían algunos de rabiosa actualidad, como el de capitán del Costa Concordia o de Whatsapp. Como ocurre con las agrupaciones en el Gran Teatro Falla, un disfraz original ya no basta y se han puesto de moda los forillos, con espectáculos incluidos. Los alicantinos Enrique, David, Juan, David, José y Mario, vestidos de Caperucita Roja atrajeron la atención del público con un ‘show’ en torno a un muñeco de un perro que bailaba. Y junto a la Catedral, Juan Ramón (un joven madrileño de 32 años) hacía de Hulk Hogan en la batalla final con el ‘Ultimo Guerrero’ (un amigo de Guadalajara) en un ring improvisado.

Un ‘Dj’ en Catedral

A las ocho de la tarde, el alcohol ya hacía estragos y la basura se amontonaba en la escalera de la Catedral. La mayoría de las llamadas al 112 a esa hora se debía a intoxicaciones etílicas. Y aún quedaba mucha noche por delante. En la misma plaza, a falta del tablado municipal de otros años, Antonio ‘El Tito’ y unos amigos de Málaga instalaron una mesa de mezclas y pusieron a la noche gaditana música electrónica. Sin duda, la plaza de la Catedral se ha consolidado este año como el ‘botellódromo’ por encima de otros puntos como la Plaza de España o Mina donde las vallas en torno al césped han logrado ahuyentar a las grandes masas de jóvenes. Aún así, no se libraron de los botellones ya de madrugada. San Juan de Dios se convirtió en otro punto neurálgico, donde los jóvenes foráneos que llegaban algo perdidos de Renfe preguntaban qué camino tomar.

Más carnavalero era el ambiente de la Plaza de San Antonio, gracias al pregón de la Niña Pastori y las agrupaciones ilegales que se desperdigaban por sus alrededores. Pastora García, la madre de la pregonera, llegó temprano a la plaza: «Me gusta mucho el Carnaval en febrero, pero el resto del año mi hija y yo somos flamencas», reconocía.

A las nueve de la noche, se confirmaba el colapso en la estación de Renfe, cuando llegaron trenes de toda la Bahía y un convoy doble de Sevilla. «Hemos venido de pie desde El Puerto, aunque bailando salsa», reconocía Pedro García, de 19 años, que venía con doce amigos vestidos de brasileños. Cuando el pregón concluye, las familias se retiran. En realidad, hacía horas que se habían convertido en una minoría por el centro de la ciudad. La noche es totalmente joven, que diría el famoso eslogan publicitario. Solo algunos bastiones como La Viña resisten con agrupaciones. En definitiva, una noche para conocer gente nueva, reírse y disfrutar del juego que dan los disfraces.