El canijo y las dos partes del mundo

Artículo de opinión en La Voz del Carnaval

Por  0:00 h.

Lo único falso que tiene El Canijo de Carmona es su mote: ni es canijo, ni de Carmona. Nació en Sevilla, creció en el Carnaval carmonense y terminó siendo bautizado por Cádiz, primero en el Gran Teatro Falla y, luego, en el Club Caleta.
Antonio Pedro Serrano es un explorador, que le ha abierto el camino a otros miarmas como si fuera la prueba del nueve de que es verdad-verdad que los gaditanos nacen donde les da la gana: uno se lo imagina de niño, en la otra orilla de la autopista, escuchando como los cuplés se entrometían entre las mudanzas de las sevillanas y si Sevilla le mangó el compás a las seguidillas manchegas, él le dio el cambiazo a la flauta rociera por el pito de caña. El Canijo es una película con final feliz, la de un chirigotero hecho a sí mismo que de la nada comprueba como sus grabaciones se venden por internet en Australia, en China o en Chile, sobre todo cuando rindieron el pasado año homenaje a Walt Disney con Las muchachas del congelao. 
A pesar de los festivales multitudinarios que se celebran en la capital de Andalucía, o de los concursos de Alcalá de Guadaíra, de Carmona y de La Algaba, cuando El Canijo se hizo esperma y habitó entre nosotros, quizá ya suponía que otros seguirían su ejemplo: este año lo hizo, y con sobrada dignidad, la chirigota de los famosos, que aterrizó en la catedral de los ladrillos coloraos con toda la gracia del mundo pero con la misma discreción que si fueran los marines desembarcando a Haití. Lo suyo fue más lento: su gaditanización no consistió en un chaparrón de lluvia sino en un mesurado riego por aspersión. Se fue decantando por Cádiz, como los buenos vinos, y cuando le llegó la hora de romper con la chirigota de Carmona, El Canijo no eligió a ninguna de las grandes agrupaciones huérfanas de autor, sino que prefirió la cantera, a un grupo de veinteañeros; aunque se echara como cómplice de aventuras a un músico de la categoría de Tino Tovar, con el que este año ha llevado a cabo un sentido homenaje al gremio del taxi: qué más quisiéramos, sobre todo en Sevilla, que por sus autorradios sonarán cuplés en vez de las homilías de Jiménez Losantos y de César Vidal. «Quillo, ¿quieres tirar palante?/ ¿ahí te vas a poner? ¡ea!/ ¿Lo ves?, sevillano tenías que ser», tronaban, como en su estribillo tan bien cantado, los herederos gaditanos de aquel Alcaraz que tuvo un taxi histórico en San Juan de Dios. Pero lo hacían, claro, cuando había matrículas que permitían conocer la procedencia de los conductores.
Hoy en día, también en el Carnaval, las denominaciones de origen están muy repartidas, todos estamos globalizados y seguro que El Canijo coincide con Fernando Villalón en que «el mundo se divide en dos partes, Sevilla y Cádiz».