Coplas que emigran

En un tango o pasodoble cabe todo lo que se quiera transmitir

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Imagino que a Antonio Martín le pasa lo mismo que a mí; que cuando hablamos de comparsas, en realidad estamos hablando de pasodobles; y cuando hablamos de coros, estamos hablando de tangos. Estoy seguro de que es el reglamento del concurso el que le obliga a construir popurrís y cuplés; que es algo totalmente innecesario. Y que si por él fuera, como si fuera por mí, liberaríamos a las agrupaciones de esa rémora. Porque, afortunadamente, en un tango o pasodoble cabe todo lo que se quiera transmitir; y si son buenos, van a ser, para toda la vida, las señas de identidad de las agrupaciones que los cantaron; porque yo no conozco a nadie que recuerde a Los marcianos, a Agua clara o a Los taberneros de puerto (por nombrar a tres cualquiera), por sus cuplés, presentaciones o popurrís: cuando alguna agrupación es recordada por algo que no sea el pasodoble o el tango, es que estos no valían nada.
El coplero, en sus coplas de este año, nos muestra sus cuitas y sus miedos de que el Carnaval llegue a ser patrimonio de otra ciudad porque, como bien sabemos todos, «…Por dinero, en esta tierra/ cambian la faz de la Tierra/ dirigentes sin entrañas». Pero hay que tener en cuenta que si las coplas van a crearse para otra ciudad, quienes las hagan serán falsos gaditanos y gaditanos falsos (que aquí, el orden de los factores sí altera el significado); luego nosotros, lo que tenemos que hacer será no derramar ni una lágrima por lo que se pierda. Porque a mí, que adoro esto más allá de la competición y el fanatismo, no me ha conmovido nunca, ni me conmoverá, una copla que albergue el más mínimo atisbo de hipocresía o demagogia. Es más: siempre habrá un gaditano dispuesto a que esto ni siquiera enferme. Pero de lo que tenemos que cuidar es de que nadie nos quite la posibilidad de hacer el Carnaval que queramos hacer; del Carnaval se podrá perder lo que los gaditanos queramos que se pierda, lo que nunca deberá perderse es el Carnaval; es decir, el espíritu carnavalesco que ha habitado entre los gaditanos desde el año 77 a nuestros días. Ese espíritu que, cuando llega el momento, nos hace escribir unas coplas para después cantarla, sin ánimo de competición, al amor de una casapuerta; ese espíritu que nos hace ir guardando todo lo malo que nos pasa durante el año, para después cantarlo. El día que nos falte eso, podremos llorar.
Mañana será otro día.
P.D. Sé que las ninfas tienen derecho a servir de floreros voluntarios cuando les dé la gana y a aguantar todas las bromas pesadas de chirigoteros sin gracia y coristas cursis; pero ¿por qué puñetas no se están quietecitas con las palmas de acompañamiento a las cuartetas de los popurrís? si están aburridas se podrían ir a casa, pero si están allí que dejen escuchar las letras, por favor.