Chicucos chirigoteros

Por  9:24 h.

No lo puedo remediar. Me acuerdo de mi abuelo detrás de su barriga y su papada, apoyado en el rincón del mostrador desde donde se podía controlar cada movimiento de camareros y clientes de su bar La Alhambra, haciendo esquina a Hospital de Mujeres, y enfrente de Crespo. Desde allí cada año, veía observaba y aprendía poco a poco como se comportaba la gente de este mundo raro del sur.
Aquello que se le mostraba en la calle, no cuadraba con las pocas y elementales normas que mal aprendió en su escuela de Valdáliga. Algo de aquí le contaron por allí, y aunque algo esperaba, más le gustó vivirlo. Todos y cada uno de los coros y chirigotas, pasarían por allí, por su puerta. Aquel domingo aquel montañés, mi abuelo, en aquella esquina, iba a descubrir el Carnaval.
Aquel su primer año en esta tierra, no acertaba a comprender como eran capaces de tiznarse las caras, hacer reir, salir disfrazados, cantar en público, y lo más sorprendente: vender sus coplas mimosamente encuadernadas.
Como al principio no entendía muy bien el habla, y menos el doble sentido, compraba a los postulantes las coplas de las que mas le llamaban la atención, para luego leerlas tranquilo, y concienzudamente repasarlas, desmenuzarlas, e interpretarlas hasta que nos demostraba, como público paciente, que había  captado el chiste de doble sentido que aquel libreto encerraba. Y nos la recitaba con el orgullo de comprender algo más de esta tierra incomprensible. Recuerdo que saliendo de aquella canción montañesa de «debajo de los laureles  tiene mi niña la cama» que me enseñó a cantar, sólo entonaba con la letra perfectamente aprendida, el estribillo de los salineros de «sin la sal no hay salud» y aquel otro famoso de los arqueros de «ja ja  ja ja  ja que gracia tiene este couplet»  llegando a lo de la sopa-nati dentro la tripa, con total perfección carnavalera.
El otro día, contemplé extasiado cómo una agrupación verdaderamente entrañable me transportó hacia atrás, más de medio siglo, y emocionado, me sonó sorprendentemente familiar admirar a un pedazo de chirigota de cadi cadi, cantando con las eses con las zetas y el bendito acento de mi abuelo.
Aquí en cadi es lo que pasa: es mas extranjero un beduino que un chicuco, y si no, que lo diga ella.