¿Cambia la fiesta?

Por  0:00 h.

¿Ha cambiado el Carnaval? Me refiero al que todos conocemos como Carnaval Carnaval, al de Cadi. Tampoco importa si ha cambiado poco o mucho, o si el cambio ha sido, será o fue de la forma que haya sido.
La pregunta debería ser: ¿nos vale el Carnaval que tenemos?
O mejor: ¿tiene que valer el Carnaval para algo?
¿Cuál es el Carnaval que vale y cuál es el que no vale?
Definitivamente, no sirve ninguna pregunta, es más, ni está claro para que hay que preguntar.
El Carnaval es y puede ser como el viento de levante, racheado, en calma, caluroso, agobiante, se lleva lo malo, ataca cuando viene con fuerza, apampla cuando está en calma, y lo más importante: siempre estamos seguros de que va a volver.
En su tiempo, todos aprendimos que el Carnaval no es una fiesta, y bien sabemos que nunca lo ha sido. Es, repito, como el mismo levante, un estado de ánimo que se sabe cuando va a saltar, precisamente por el alboroto de los niños o por la inspiración sorprendente y generosa de muchos.
Está claro que el levante salta siempre avisando, como salta el Carnaval, y produce remolinos girando sobre si mismo en cualquier esquina (las de toda la vida), levantando polvaredas como el mejor estribillo (a los de toda la vida).
Así es el Carnaval y así nuestro levante; al que le gusta sale a la calle, al que no, cierra sus ventanas.
Hay a quien le sabe a poco el domingo de los jartibles, y hay quien disfruta sintiendo en su piel la fuerza de la arena seca, bebiéndose a compás del viento de levante, el mar de la playa de Cortadura.
Y aquí estamos, en un nuevo Carnaval esperando a que el levante nos transforme (como toda la vida).